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Las Redes Oscuras (capítulo 19): La ciudadana uno

«Si te aprieta, puedo romper tu anillo.» Dijo, como si fuera tan fácil. Como si cambiara la vida con la misma facilidad que una serpiente se quita las viejas escamas. Ese anillo significaba su consagración al servicio Real. Ya había traicionado dos veces a su Reina y con ello, le dio la espalda también a su familia. Le urgía quitarse un anillo que había jurado conservar hasta el día de su muerte.

Cuando escalaron las filosas montañas que separan a Drefia de Darashia, una roca le aplastó la mano. Sangró mucho, pero Katafracto se las apañó para sanarla, incluso con su constante prisa. Sin embargo, el anillo había quedado con una muesca interna que se sentía como un constante clavo penetrándole la piel.

—Mi maestro me dijo que las argollas, anillos y cadenas son herramientas del esclavista. Sean de hierro, de cobre o de oro —señaló Ib, cuando la vio luchando para quitárselo.

Siempre lo cargó con orgullo, aunque fuera bajo los guantes de trabajo, los de montar o en la batalla. En otro momento, habría ido con el joyero, quien, utilizando uno de esos aparatos brillantes y puntiagudos, lo hubiera restaurado. Pero entre las cuevas del desierto no encontraría ninguna otra solución más que la que proponía Ib Ging.

Así que accedió. Ib recargó la punta de su daga en el anillo. Recitó unas palabras incomprensibles hasta fragmentarlo en polvo de oro, que se mezcló con la también dorada arena y finalmente, eran arrastradas por los vientos del desierto. Casandra no pudo hablar. Tenía la garganta cerrada y suspiraba profundamente. Asintió con alivio tras acariciar su dedo.

—Nos iremos tan pronto Kim y Karl regresen de Darashia —dijo Katafracto al salir de la cueva—, tenemos suficientes provisiones para siete días. ¿Será suficiente para cruzar el desierto y el paso de montaña?

—De sobra —respondió Ib, cuidadosamente—, además, tan pronto lleguemos al Ka’zaheel encontraremos mucha más. Hay que ser un tonto para morir de hambre en la selva. Si caminamos día y noche, en cinco días estaremos en el Árbol.

Era difícil creer que una persona tan callada y serena, hubiera sido capaz de esa masacre en Carlin. Se elevó por los aires como si fuera una monstruosa araña. La matanza que ocurrió en la Plaza Mayor parecía sacada de una pesadilla. Los cadáveres devoraban a la población como los perros a los desperdicios de una carnicería. Se lamentó al recordar a Constanza. Protegió a Eloísa a costa de su vida. Ahí entendió cuál era el motor de la rebelión: el amor. Era un cariño más allá de todas las fronteras. Costanza no anhelaba la corona. Buscaba lo mejor para su amiga y para el Reino. Si Katafracto no se quebró al tener que huir de Carlín como un criminal, fue seguramente por su romance con la sacerdotisa.

—¿Acaso te da miedo? —Preguntó Kim con tono burlón. Ella y Karl recién habían llegado. Ser crueles con Katafracto por ser un hombre en el ejército, había sido una costumbre arraigada entre sus compañeras. Y las costumbres, difícilmente cambian de la noche a la mañana.

—A mí sí me da miedo —confesó Ib, alzando una de sus manos. Casandra puso atención a esos guantes negros. —Conozco a los tipos como él. Los dementes son peligrosos. Y Drefia no le hará ningún bien, se los aseguro. En esas arenas descansan secretos que le fueron arrebatados a la humanidad desde hace siglos. Si Darkest logra salir de ahí, tengan por seguro que nos buscará.

Recogieron sus escasas pertenencias de la cueva y partieron en silencio. Caminaron hacia el sur y tomaron un sendero escondido entre las montañas. Cuando estaban en la parte más alta de la montaña, pudieron ver con detalle un desierto mucho más extenso. La noche les confirió un tono celeste a las dunas y las hacían parecer un mar infinito. Unas lejanas fogatas y esparcidas le daban un toque extraño al panorama. Ib aclaró que eran nómadas al servicio del desierto y que sería mejor evitarlos.

Durmieron durante el día y caminaron dos noches enteras hasta que vieron un mar naciente al sur. Y esta vez era uno de verdad. Llegaron por la tarde y aún tendrían que escalar y cruzar una sierra que se alzaba por el occidente, mucho más escabrosa y peligrosa que la anterior.

—Pero ya lo haremos mañana —dijo Ib. —¿Por qué no descansamos en esta playa y partimos antes de que salga el primer sol?

Katafracto aceptó sin pensarlo mucho. Ninguno se pudo resistir a darse un chapuzón. Ahí fue la primera vez que Casandra vio las manos desnudas del mago. En cada dedo flaco y estirado, cargaba un anillo. Lo observó con más calma y se dio cuenta que eso no era del todo cierto, que había un dedo que parecía estar esperando el suyo.

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Esta historia también está disponible en formato dramatizado en el siguiente link:

LAS REDES OSCURAS

  1. Capítulo 0: https://youtu.be/wU4t09EWVq8?si=ryJVWwhl0ZaHQ70T
  2. Capítulo 1: https://youtu.be/fhyesVFlLVI?si=lgDe1mQLNqMkzDmS
  3. Capítulo 2: https://youtu.be/blnwlIt4H-s?si=Zlu5CoE85LVS3SD0
  4. Capítulo 3: https://youtu.be/Mpyd94YoB-A?si=GIislHSlZryXVt_z
  5. Capítulo 4: https://youtu.be/8i3kF8A3tS8?si=B_u_zscVh3kdrA6_
  6. Capítulo 5: https://youtu.be/_mGz7fEVZSI?si=d5Wvp4v6BSUlRwfM

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