Las Redes Oscuras (capítulo 26): La metamorfosis
Quote from Arena on April 3, 2024, 4:47 pmDespués de ver la forma en que la niña contuvo la explosión descontrolada de Anuman, Gardenerella ya no estaba seguro de cuáles eran los límites de las ciencias ocultas. Sentía miedo, pero también curiosidad. Era como brisa fresca para su alma que anhelaba revelar lo desconocido. Un verdadero misterio, no como esos acertijos obtusos del libro del Ruido, nombre que le asignó al libro prestado por Ib. Habían pasado dos días desde el zafarrancho de Anuman. Los grupos de mercenarios nunca tienden a llevarse bien, pero ser salvados de la destrucción inminente tuvo un extraño efecto en ellos. Y al igual que las lindes de una playa, en la que difícilmente se distingue dónde termina la tierra y comienza la arena, tuvieron un extraño proceso de reconocimiento.
Para un ejemplo, Gardenerella, quien camina por Tiquanda con tres de las hermanas y una de las carlinís. Se llamaba Casandra. Ella y Kim Berlee tuvieron que compartir el cuarto con Gardenerella, así que tuvo el tiempo de observarlas y conocerlas. Eran chicas disciplinadas. Tenían poco más de la mitad de su edad pero eran hábiles y precisas. Nunca hablaban en su presencia de temas personales. La paladín cargaba siempre con una pequeña rana en el hombro, tan quieta que los más torpes la confundieron con un adorno. De los norteños, era la más silenciosa pero también la más observadora. Kim, aunque también era callada, lo era porque empleaba toda su energía en escuchar y aprender de dónde estaba y con quiénes estaba. Era como si necesitara medir el terreno y reconocerlo a la perfección antes de dar un paso, habilidad de los cortesanos. Tenía modales y era atenta las indicaciones de Katafracto. Gardenerella había cruzado muy pocas palabras con ellas. Y aunque lo pudieron considerar una rudeza, lo cierto es que no tenía idea de qué tema tocar. Pero eso había cambiado por la madrugada, cuando salieron a buscar una larga lista de ingredientes que Nobi solicitó con el fin de regresar a Puscifer a su forma original.
—¿Conoces la orquídea de titán? —Preguntó Gardenerella, golpeándole el hombro con un dedo.
La carliní la miró extrañada, casi nerviosa. Lo pensó un instante y respondió:
—Sí… no —y agitó la cabeza. —He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.
—Lo supuse, es porque que pertenece más a las regiones meridionales —Gardenerella sacó un cuarto de hoja de papel. Cortó una hoja de un arbusto y le arrancó el color con un chasquido de dedos, dejándola gris y sin vida. Depositó el tinte verde en la hoja de papel y señaló el dibujo. —Es color rosa. Estas flores son tan grandes que esa niña —dijo señalando a Neem— podría caber entre sus pétalos. Así que levanta la vista, en el piso no las encontrarás. Es rosa y tiene un peculiar aroma a fresas y leche, pero no te dejes engañar, si la ingieres, morirías fácilmente.
Casandra le agradeció y continuaron caminando, pero ahora más cerca una de la otra. Las hermanas tomaron la delantera, sobre todo la más pequeña, que parecía un sibang saltando de rama en rama. Esa niña tenía potencial. Entre ella y su hermana se las habían arreglado para acorralar al viejo y sacar su peor versión. De no haber sido por unos sucesos extraños e irracionales ocasionados por Nobi e Ib, todos hubieran sido abrasados por las llamas de ese loco. No quedarían ni los árboles ni las plantas ni los ríos ni los pájaros si no lo hubieran contenido. Sintió un coraje inmenso contra Anuman, ese potencial genocida. Lo detestaba pero detestaba más preguntarse qué hubiera hecho ella en su lugar.
Era todavía muy temprano, apenas había salido el primer sol y los pájaros trillaban como enloquecidos. Gardenerella se subió en una roca puntiaguda para trepar a la rama de un árbol gigante que le permitiría tener mejor vista. Pero no vio nada y al bajar encontró a Nigrette, que la esperaba pacientemente.
—Quería agradecerte —su voz era fría pero sincera. Gardenerella no sabía de qué hablaba, pero tampoco estaba interesada en esos falsos modales, así que no la interrumpió. —Me defendiste incluso cuando ataqué al comandante de Arakhné.
—Duncan fue el primero en abrir fuego —reconoció Gardenerella, alzando los hombros—. Tú hiciste lo que tenías que hacer para proteger a quien amas. Eso es algo que respeto.
—Estaba enojada con ustedes. Creí que habían puesto en peligro el lugar donde crecí.
—Lo sé —reconoció de mala gana, hasta el momento ellos eran los principales sospechosos de comprometer la seguridad del Árbol—. Y ahora tu imprudencia lanzó una señal en el cielo para avisarle al resto del continente dónde estamos. —Gardenerella quizá había llegado más lejos de lo que hubiera sido prudente, pues la chica se molestó. Nigrette tenía unos ojos redondos y grandes. Rara vez tenía los párpados abiertos, pero, así como estaba, parecía que se iba a quedar dormida o empezaría a llorar. Le sorprendía lo fácil que lloraban en esa familia. —Ya, ya. No te aflijas. Resolver los problemas que causamos es parte esencial de lo que hace Arakhné. Duncan ni siquiera recuerda quién lo mató y tampoco le interesa.
—No es él —reconoció. —Son tus otros compañeros… No me agradan, no les agrado.
—Ya se les pasará. —Gardenerella hizo una pausa y vaciló en preguntar sobre Nobi. Pero era una pregunta arriesgada. Sin embargo, en medio de la selva, sin nada que perder, decidió ir directo al grano. Pero la interrumpieron.
—¡Ya la encontrarooooon! —la interrumpió la niña desde el oeste.
Se sorprendió de ver a esa pequeña druida sobre el lomo de un ave del terror. La criatura que normalmente hubiera soltado picotazos inclementes, capaces de perforar una armadura de placas, parecía disfrutar con ella como jinete.
—Fue la chica de la rana —dijo Neem a Nigrette, mientras señalaba a la carliní. Casandra contemplaba orgullosa su victoria.
Naryanna la cortó con la espada que llevaba a la cintura y la cargó. O los enormes pétalos eran ligeros o ella era muy fuerte. Caminó por delante cuando regresaron al Árbol.
Gardenerella echó ojo a la lista de ingredientes. Lenn y Samas se habían encargado de la mayoría, pues el norte de Tiquanda ofrecía mejor variedad, pero allá no encontrarían la orquídea de titán. Repasó uno por uno los ingredientes hasta que se detuvo en el último, que también estaba tachado. La lista marcaba el mechón rojo de una recién casada. Miró de reojo a Naryanna, esforzándose por cargar algo que la superaba dos veces en volumen, con una determinación férrea a pesar de los tambaleos. Pensó en Ib. Aún era demasiado pronto para preguntar sobre lo ocurrido. La herida estaba abierta y aún sangraba. Aunque ellos demostraran lo contrario. Había quedado ciego después de la explosión. Gardenerella había sacado muchas conclusiones apresuradas, pero todavía no era el momento de hablarlas.
Llegaron al Árbol sin demoras. Gardenerella ayudó a subir la orquídea al jardín del cielo y se dirigió al sanatorio, donde Duncan la esperaba con la puerta abierta.
—Anuman sigue dormido, pero es por efecto del cincho de cardenal, ya se encuentra mucho mejor. Dale tres horas y sólo sentirá que tuvo una resaca infernal. Para eso le daremos un poco de láudano. Se mantendrá calmado mientras le cuentan qué pasó. Hay algo que quiero mostrarte —dijo Gardenerella y abrió un cajón, del que sacó un frasco con un polvo centellante. —Es polvo de vampiro. Esta droga es lo que le permitía multiplicar su alcance de ignición. No sé cómo, pero estoy segura que se lo facilitaba. En Banuta no la detecté en sus pulmones, pero ahora que lo pude tratar en la clínica resultó evidente. Y —dijo en tono cómplice y luego sacó un frasco pequeño donde guardaba las virutas brillantes— aunque es muy poco, le retiré todo lo que pude. Estoy segura de que lo podríamos vender a buen precio —Duncan no mostró ningún interés en ese plan. Ella blanqueó los ojos y continuó—. En fin, lo que necesito informarte es que hice todo lo posible para que el viejo no vuelva a conjurar esa monstruosidad. También te aviso: si me vuelven a pedir que lo sane, aunque diga que sí de buena gana, te juro que lo voy a dejar morir. Una persona como él ya no debería andar por ahí libre, es muy peligrosa para el mundo. Si no hubiera sido por esa niña, habría acabado con la selva. Estoy dispuesta a ser pasada por la guillotina si puedo salvar una sola ardilla de las llamas de ese hijo de puta.
—Acabas de decir que retiraste el polvo de vampiro de su cuerpo, ¿qué te preocupa?
—El fuego que siempre lanza hasta por las narices. El que convoca de sus runas o sus varitas mágicas. Parece que no lo conoces. Además —dijo levantando la mano, como si señalara a los soles— siempre es posible que lo consiga otra vez y que algo en su demente cabeza le diga que es necesario volver a conjurarlo. ¿Tienes idea de qué pasará si hace ese hechizo?
Duncan no tuvo reparo en decir que no.
—Un cataclismo donde sea qqu. Las arenas de Darama por fin cubrirán todo el continente. Una explosión así fue la que dio inicio al desierto de Jukandarf.
—Tomaré medidas drásticas al respecto —le aseguró, pero Gardenerella sabía que ni siquiera sabía cuál era ese desierto.
—Aquella noche nos salvamos, fue una serie de eventos casi milagrosos…
—Gracias a una niña que te asustaba.
—Todavía lo hace. En ella hay algo abrumador. Quisiera que alguna de sus hermanas me hablara al respecto... —Gardenerella supo que Duncan no compartiría lo que sabía—. Y sobre Ib… Al parecer ya supimos cómo perdió el primer ojo.
—No te atrevas a preguntárselo —advirtió Duncan, serio.
—Te estás tomando muy en serio el rol de padre regañón. Sé muy bien que no es el momento de hacerlo. Pero quizá mañana, después del ritual. Por cierto ¿cómo te va con eso?
—No me interesan las formalidades, lo único que tengo que hacer es recitar la lista de sus nombres y darles la bienvenida.
—¿Los entrevistaste a todos?
—Sí —dijo convencido, y tardó unos segundos en recordar. —Con los carlinis fue sencillo. Una se llama Kim Berlee y la otra Casandra Bonecrusher, ambas estaban al servicio de la reina adicta, no me acuerdo si se llama Constanza o Eloísa. El del acento gracioso y complicado de entender se llama Armadeón y el otro es Karl. Me dijo que, aunque no tenía apellido, sí tenía una taberna clandestina en Carlin, es el que mejor me cae de los cuatro, aunque no sabe luchar y tampoco está muy seguro de qué lo trajo hasta aquí. Pero curiosamente, es el más entusiasmado de estar aquí.
—¿También entrevistaste a las hermanas?
—Sí —respondió pesaroso—, pero con las hermanas fue otra cosa… Solicité hablar primero con la pequeña, Nymera, pero ella pidió que la de pelo blanco la acompañara. Y la de pelo blanco no iría a ningún lugar sin supervisión, dijo la rubia. Luego se agregaron otras dos y al final la pelirroja.
—¿De verdad crees que les irá bien dentro del clan?
—Yo no lo sé, las conozco muy poco. Pero Ib cree que sí y yo confío en él, así como confío en ti y sé que no te reusarás a sanar a Anuman si llegara a ser necesario.
—No te preocupes —respondió Gardenerella de inmediato—, lo haré de buena gana.
Nutasha, quien pasaba la mayor parte del día en el sanatorio, vigilando también el estado de Anuman, le aclaró, tras una larga exposición de motivos, un discreto panorama del abanico de posibilidades llamado Nobi, pero no como un gesto de confianza o de buena voluntad, sino de la misma manera que un oso delimita su territorio marcando los árboles con las garras. Le dijo de una manera rebuscada, que la niña es capaz de encontrar una solución a cada problema que se le formula correctamente, pero las soluciones solían ser tan catastróficas que muchas veces el problema quedaba reducido a algo insignificante. Una noche, Neem le comentó a su hermana que le gustaría escuchar a un bardo todas las noches. Nobi dijo que le llevara una botella que finalmente usó para robarle el aire al cantor.
—¿Falleció? —Preguntó Gardenerella.
—Por supuesto. Sus pulmones quedaron secos. Pero eso no fue lo peor. Neem, que escuchó el aire dentro de la botella, estuvo escuchando al bardo durante seis meses seguidos. ¿Tienes idea del problema que representó librar un contra hechizo? Y no te contaré lo que hizo cuando yo le pedí una botella sin fondo, o Nigrette un capturador de visión. Por eso decidimos prohibir pedirle cosas a Nobi. Puede ser que ella sea capaz de darte cosas impensables, pero siempre te arrepentirás de pagar lo que pide. Dime, si no hubiera estado ese sujeto encarcelado, ¿cuál vida crees que hubiera tomado?
Dijo «tomado» como quien levanta un tomate y se lo lleva a la boca. De Lorek no habían quedado ni los huesos, sólo ese insufrible olor a pelo quemado y a carne rancia que inundaría las celdas por años. ¿Qué era esa niña?
Del ritual tampoco pudo extraer gran cosa. Sería en el jardín del cielo y que sería durante la noche más larga del año. Lo último que le dijo Nutasha fue que: «Sólo ella sabe para qué pide lo que pide y cómo lo utilizará.»
Pero guardar rituales secretos en un lugar como el Árbol es imposible. Así que uno a uno, fueron solicitando permiso para presenciarlo y ver a Puscifer volver a la normalidad. Duncan avisó que aprovecharía esa noche para hacer el nombramiento oficial de los nuevos. Kim y Argón se encargaron de hacer los preparativos para el ritual, con Lenn coordinando cada movimiento para que ninguna planta resultara dañada. La niña pequeña sólo había pedido que se encendiera una fogata y que el resto, dijo textualmente, aun no lo decidía.
La tarde pasó sin nada interesante qué comentar además del berrinche del viejo Anuman, quien tras recuperarse y saber que las niñas que lo habían herido estaban en el Árbol, fue a encerrarse en su laboratorio. Los soles del cielo descendían y los casi veinte miembros del clan subieron a su tiempo, tomaron parte de un círculo alrededor del fuego. Cuando el cielo se tornó negro, manchado únicamente por las estrellas, Nobi dio inicio al ritual.
Solicitó que todo mundo guardara silencio mientras iba arrojando los ingredientes al fuego. Comenzó con unas pizcas de hierro, dos sacos de carbón mineral, tres docenas de alas de murciélago, seis huevos de hidras, un puñado de tierra selecta, por último, los pétalos machacados de orquídea de titán. Concluyó mirando a Naryanna, quien se acercó a ella y le entregó un mechón de cabello rojo, colocándolo al lado de la mesa donde estaba el puño de tierra donde yacía Puscifer.
Nobi recitó unas palabras en un idioma que Gardenerella no podía descifrar y después oró con tres voces distintas. Al terminar, se sentó junto a los demás y miró el fuego arder violeta. ¿Podía ver si quiera ese cambio? Sus ojos eran blancos, al igual que sus cejas y su pelo. Viéndola bien, esa niña de apenas seis o siete años tenía ese aspecto feroz que una vida de experimentos le habían dado a Anuman.
Naryanna se acercó a Nobi y le susurró algo al oído. La niña respondió brevemente y luego echó a reír.
—Nobi dice que tiene todo en orden. Son libres de hacer lo que quieran —anunció la mujer pelirroja—, pero a la mitad de la noche ocurrirá la metamorfosis de su amigo.
—¿Pedirá algo a cambio? —Preguntó el líder. Naryanna respondió que no y la propia Nobi, fue quien la interrumpió.
—Todo está donde tiene que estar —afirmó—, y cuando eso pasa, obrar para mí es muy fácil.
—Te agradezco a nombre de todos. Aprovechemos —dijo Duncan, cruzado de brazos. Se había rasurado el bigote fuera de las comisuras de los labios, dejando dos puntas afiladas. En Nargor se le llamaba estilo venorí, y tenerlo era motivo de burla, pero acompañado de los lentes que sólo usaba cuando tenía que leer, una barba larga pero bien rasurada, y las prendas más limpias que Gardenerella le había visto, le conferían una mística inusual—, para concluir esta ceremonia. Seré breve. Todos deben de saber por qué están aquí. Saben qué tomará Arakhné de ustedes y saben qué le entregarán. Las cosas van a cambiar —dijo, viendo discretamente a Ib, quien sostenía a su esposa de la mano. —Tenemos dos prioridades: devolverle su cuerpo a Puscifer y proteger al Árbol. Incluso de cualquier rey hijo de puta que quiera arrebatárnoslo y hasta de nosotros mismos si es necesario —señaló con el dedo al árbol más alto del jardín, donde estaba Anuman enmarañado detrás de unas ramas, muy atento a la ceremonia. Bajó de tres saltos y se acercó a ellos. Su barba chamuscada y amorfa le daba un aspecto patético, pero en su cara no había una sola pizca de vergüenza. —Prométeme que no tomarás represalias con estas niñas y no serás juzgado por intentar incinerarnos a todos.
—Ustedes estaban en el Árbol, no les hubiera pasado nada—respondió Anuman, rabioso.
—¿Estás loco, viejo? —Dijo Nymera levantándose de un brinco. Luego mostró los dientes como un perro a punto de atacar.
—Búscame cuando crezcas, maldita zarigüeya. Si no fueras una niña…
—De una vez —mostró los dientes como un perro a punto de atacar—, cuando crezca seguramente ya te habrás muerto.
—¡Ya cállense los dos! —Gritó Lenn, con las manos en las sienes. —Tengo hambre y ustedes no dejan que Duncan termine esto.
El líder agradeció con una sonrisa elegante y continuó con tono solemne:
—¿Lo prometes?
Anuman asintió. La niña hizo lo mismo y ambos se sentaron lejos el uno de la otra. Durante esta discusión, Nigrette no se inmiscuyó, pues se mantuvo atenta al fuego, como si no le interesara lo que pasaba a su alrededor.
Duncan nombró a cada carliní y esperó a que se pusieran de pie para presentarse. Con las hermanas Zildian fue distinto, las nombró de corrido, y no se levantaron. Gardenerella notó que el líder tenía un severo problema para concluir la ceremonia, pero tuvo la fortuna de que Argón lo interrumpiera levantando la mano.
—Tengo una pregunta para Nobi. Voy a bajar por la parrilla y la carne de dragón ¿puedo tomar unas brasas de la fogata o eso alteraría el ritual?
La niña no tuvo objeción y en menos de tres cuartos de hora, ya habían subido dos barriles de cerveza, una arpilla de verduras listas para saltar al asador y una arroba de distintos tipos de filetes de dragón. Por todo el jardín se distribuyeron grupos mientras la fogata ardía.
Lenn, quien había bebido tres copas de vino, sonreía como un tonto y miraba divertido a su alrededor.
—¿Cómo crees que lo haga?
—¿Qué cosa? —Preguntó Gardenerella, antes de darse cuenta de que evidentemente se refería al ritual. —No tengo la menor idea. Después de ver lo que esa niña hizo con el Árbol, puedo esperar cualquier cosa.
Lenn la miró decepcionado.
—Me parece que lo único que queda de Puscifer es una transmutación de sus átomos a la forma de gusano. Sigue teniendo la información de genética aun en esa forma. Piensa en los ingredientes, pidió materiales y minerales para formar a un humano. Todo encaja, excepto por la orquídea de titán. El veneno que produce es incompatible para cualquier organismo.
—Menos para los seres fatuos —complementó Ab Muhajadim, viéndolos sólo de reojo. —Los nómadas les ofrecen esas flores a los faraones del desierto una vez al año para que les permitan cruzar el desierto sin derramamiento de sangre.
Ahora que lo mencionaba, era evidente.
—Hasta el mechón de recién casada se usaría para formar un homúnculo —señaló Lenn.
—Ese debió ser difícil de conseguir ¿cómo lo hicieron? —Preguntó Muhajadim, quien parecía no haber notado el anillo de rubí en el dedo de su primo y de Nymera.
—No tienes remedio —Gardenerella apuró la copa y fue a servirse otra. Miró cómo todos parecían divertirse en la noche oscura, sólo iluminados por la luz de la fogata. Una armónica sonó desde la oscuridad. Era una melodía sincera y melancólica, pero el ritmo la invitaba a bailar. Se topó a una chica de frente. Era la Zildian más callada, Nekane. Ambas se abrieron paso, y como si se hubieran sincronizado, avanzaron.
—¿Bailamos? —Sugirió Gardenerella a manera de broma.
—Me gustaría, pero no sé cómo.
La sorprendió la honestidad
—Yo tampoco —la tomó de la cintura y le dio media vuelta, soltándola con un elegante vaivén de sus manos. La mentira sonriente de Gardenerella sonrojó a la joven Zildian.
La media noche se acercaba y la música se había vuelto más alegre. La druida no puso atención a los tres o cuatro que habían sacado distintos instrumentos, pero disfrutó de la música. Beber sin preocupación con el caballero era divertido. Nunca hablaba más de la cuenta y tampoco la interrumpía durante sus largas meditaciones bucólicas. Escuchó decir que ya casi sería media noche, así que se acercó al fuego, lo que significaba, estar irremediablemente cerca de las hermanas y el recién casado.
—Permítanme felicitarlos —alzó la copa hacia ellos. Luego sintió un extraño arrepentimiento al esperar que Ib respondiera.
—No queríamos hacer mucho alboroto —dijo Naryanna, sonriente,
—Un mosquito al caer hace más alboroto que ustedes dos. Mi amigo de aquí —dijo dándole dos palmadas en la espalda a Ab— no se había percatado. Como se habrán dado cuenta, la observación no es una de las virtudes de la familia. —Lo entendió hasta que terminó de decirlo. Su sonrisa se borró al instante y se alejó tras disculparse.
No había bebido tanto ¿cómo pudo ser tan tonta? Caminó por el jardín hasta que se le borró la vergüenza en la cara. Envidió por un instante a Anuman, que era incapaz de sentirse apenado por cualquier cosa. Haber pensado en el viejo le hizo darse cuenta de que, no lo había visto desde la cena. Jamás se perdería una demostración de este tipo a menos que…
Fue con Lenn, quien no le dio información. Ni Argón, ni Duncan y menos las hermanas. Bajó corriendo del jardín del cielo y no lo encontró por ninguna parte. El ritual sería dentro de pocos minutos y tenía un mal presentimiento. Se encontró a Katafracto, el del acento extraño. Le preguntó si había visto a Anuman, él pareció no entender así que lo describió lentamente: viejo, alto, de pelo chamuscado.
—Lo vi bajando las escaleras —apenas pudo entender su pastosa voz.
—¿Hace cuánto? —Preguntó apresurada.
—Diez minutos, a lo mucho —dijo con la fluidez de las tortugas.
Temía que tramara venganza contra las hermanas, aprovechándose del poder de Nobi y de que prácticamente todo mundo tenía la guardia baja. Sin embargo, ¿por qué se habría adentrado a la selva? Salió del Árbol apresurada, y el carliní la siguió, sin estorbarle con preguntas innecesarias. Entendió que le había ofrecido su apoyo. Conjuró utevo lux y estudió las hierbas afuera del Árbol para buscar el rumbo de Anuman. Tan pronto encontró una rama doblada, corrió al noreste. Katafracto le seguía el paso incluso después que se extinguió la luz. Corrían en silencio y cada vez más rápido, como le gustaba a ella.
Dieron con el mago a dos kilómetros del Árbol. Estaba agachado y sostenía algo entre sus brazos. No los percibió hasta que estuvieron muy cerca de él. Por primera vez encontraba a alguien que podía caminar sin que hiciera sonar su armadura como un encuentro de cascabeles. Anuman alzó un dedo hacia ellos e hizo brotar esa chispa de luz. Tanto ella como Katafracto pudieron ver con claridad el cuerpo demacrado que sostenía en sus brazos.
De no ser por la varita, no hubiera reconocido a Puscifer. Ahí tendido, sin camisa y con medio millar de cicatrices expuestas al aire. Se le marcaban las costillas, tenía los brazos pegados al hueso y una barba desaliñada, llena de hojarasca y plastas de lodo.
—Llévenlo al Árbol —ordenó Anuman, mientras les entregaba el cuerpo maltrecho antes de regresar corriendo.
Instantes después de que la llama de la varita de Anuman se perdiera entre la selva, Gardenerella oyó una terrible y seca explosión. Venía del Árbol. Debía ser la media noche. ¿Había salido algo mal? Katafracto se había echado a cuestas a Puscifer y corrieron a toda velocidad.
Tan pronto subió al jardín, sintió que estaba en un sueño mudo. Una tragedia cruel se extendió ante sus incrédulas pupilas. El tiempo pasaba lento y a donde quiera que girara la vista, la imagen se volvía más y más espeluznante. Había escupitajos de flamas ardientes por doquier, restos de lo que podía describir como una erupción volcánica. Ib sangraba profusamente de la boca, sobre el cuerpo de Naryanna, fue con ellos primero, Nutasha y la niña gato estaban con ellos dos, los cargaron al sanatorio, Gardenerella escuchó que Ib preguntó por la niña de pelo blanco. “Está bien” le respondió la mayor de las Zildian y bajaron. Miró a su alrededor, necesitaba evaluar la situación. Se heló su sangre cuando vio un par de piernas sin torso ardiendo cerca de la fogata, más al fondo estaba el resto del cuerpo, partido en varios trozos e irreconocible.
—Nada se puede hacer por él —le advirtió Lenn, con un ojo cerrado y la cara llena de sangre. Tenía la ropa rasgada y sus heridas aún sangraban, debió curarlas descuidadamente. Estaba concentrado en Argón, quien había perdido el brazo que usaba para blandir su espada. La barba estaba manchada por retazos de cenizas aun ardiendo. Ahí Gardenerella entendió por qué tardaba tanto Lenn, Argon había perdido el esternón de un tajo ardiente, exponiendo su corazón y sus pulmones.
—La responsable de esto huyó. El alto y el mago corrieron tras de ella, rumbo al oeste —dijo Casandra a Katafracto, tratando de reincorporarse, pero tenía el abdomen contraído de dolor, luego escupió un coágulo de sangre para terminar arrodillada. Gardenerella se dirigió a ella.
—Iremos para apoyarlos—dijo Samas, que tenía una herida abierta atravesándole desde la ceja hasta la mejilla. Corrió con el arco al hombro, tomándole la delantera a su hermano y a Katafracto, que los siguió sin dudar.
Gardenerella no quiso preguntar los qué, los quienes, y los cómo. Le quedaba una larga jornada de trabajo por delante. Ya habría tiempo para saber qué diablos había pasado. Miró al resto de reojo. Vio el cadáver y sintió una punzada en la garganta. No quería ver otro muerto.
Esta historia también está disponible en audiolibro en el siguiente link:
LAS REDES OSCURAS
- Capítulo 0: https://youtu.be/wU4t09EWVq8?si=ryJVWwhl0ZaHQ70T
- Capítulo 1: https://youtu.be/fhyesVFlLVI?si=lgDe1mQLNqMkzDmS
- Capítulo 2: https://youtu.be/blnwlIt4H-s?si=Zlu5CoE85LVS3SD0
- Capítulo 3: https://youtu.be/Mpyd94YoB-A?si=GIislHSlZryXVt_z
- Capítulo 4: https://youtu.be/8i3kF8A3tS8?si=B_u_zscVh3kdrA6_
- Capítulo 5: https://youtu.be/_mGz7fEVZSI?si=d5Wvp4v6BSUlRwfM
Después de ver la forma en que la niña contuvo la explosión descontrolada de Anuman, Gardenerella ya no estaba seguro de cuáles eran los límites de las ciencias ocultas. Sentía miedo, pero también curiosidad. Era como brisa fresca para su alma que anhelaba revelar lo desconocido. Un verdadero misterio, no como esos acertijos obtusos del libro del Ruido, nombre que le asignó al libro prestado por Ib. Habían pasado dos días desde el zafarrancho de Anuman. Los grupos de mercenarios nunca tienden a llevarse bien, pero ser salvados de la destrucción inminente tuvo un extraño efecto en ellos. Y al igual que las lindes de una playa, en la que difícilmente se distingue dónde termina la tierra y comienza la arena, tuvieron un extraño proceso de reconocimiento.
Para un ejemplo, Gardenerella, quien camina por Tiquanda con tres de las hermanas y una de las carlinís. Se llamaba Casandra. Ella y Kim Berlee tuvieron que compartir el cuarto con Gardenerella, así que tuvo el tiempo de observarlas y conocerlas. Eran chicas disciplinadas. Tenían poco más de la mitad de su edad pero eran hábiles y precisas. Nunca hablaban en su presencia de temas personales. La paladín cargaba siempre con una pequeña rana en el hombro, tan quieta que los más torpes la confundieron con un adorno. De los norteños, era la más silenciosa pero también la más observadora. Kim, aunque también era callada, lo era porque empleaba toda su energía en escuchar y aprender de dónde estaba y con quiénes estaba. Era como si necesitara medir el terreno y reconocerlo a la perfección antes de dar un paso, habilidad de los cortesanos. Tenía modales y era atenta las indicaciones de Katafracto. Gardenerella había cruzado muy pocas palabras con ellas. Y aunque lo pudieron considerar una rudeza, lo cierto es que no tenía idea de qué tema tocar. Pero eso había cambiado por la madrugada, cuando salieron a buscar una larga lista de ingredientes que Nobi solicitó con el fin de regresar a Puscifer a su forma original.
—¿Conoces la orquídea de titán? —Preguntó Gardenerella, golpeándole el hombro con un dedo.
La carliní la miró extrañada, casi nerviosa. Lo pensó un instante y respondió:
—Sí… no —y agitó la cabeza. —He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.
—Lo supuse, es porque que pertenece más a las regiones meridionales —Gardenerella sacó un cuarto de hoja de papel. Cortó una hoja de un arbusto y le arrancó el color con un chasquido de dedos, dejándola gris y sin vida. Depositó el tinte verde en la hoja de papel y señaló el dibujo. —Es color rosa. Estas flores son tan grandes que esa niña —dijo señalando a Neem— podría caber entre sus pétalos. Así que levanta la vista, en el piso no las encontrarás. Es rosa y tiene un peculiar aroma a fresas y leche, pero no te dejes engañar, si la ingieres, morirías fácilmente.
Casandra le agradeció y continuaron caminando, pero ahora más cerca una de la otra. Las hermanas tomaron la delantera, sobre todo la más pequeña, que parecía un sibang saltando de rama en rama. Esa niña tenía potencial. Entre ella y su hermana se las habían arreglado para acorralar al viejo y sacar su peor versión. De no haber sido por unos sucesos extraños e irracionales ocasionados por Nobi e Ib, todos hubieran sido abrasados por las llamas de ese loco. No quedarían ni los árboles ni las plantas ni los ríos ni los pájaros si no lo hubieran contenido. Sintió un coraje inmenso contra Anuman, ese potencial genocida. Lo detestaba pero detestaba más preguntarse qué hubiera hecho ella en su lugar.
Era todavía muy temprano, apenas había salido el primer sol y los pájaros trillaban como enloquecidos. Gardenerella se subió en una roca puntiaguda para trepar a la rama de un árbol gigante que le permitiría tener mejor vista. Pero no vio nada y al bajar encontró a Nigrette, que la esperaba pacientemente.
—Quería agradecerte —su voz era fría pero sincera. Gardenerella no sabía de qué hablaba, pero tampoco estaba interesada en esos falsos modales, así que no la interrumpió. —Me defendiste incluso cuando ataqué al comandante de Arakhné.
—Duncan fue el primero en abrir fuego —reconoció Gardenerella, alzando los hombros—. Tú hiciste lo que tenías que hacer para proteger a quien amas. Eso es algo que respeto.
—Estaba enojada con ustedes. Creí que habían puesto en peligro el lugar donde crecí.
—Lo sé —reconoció de mala gana, hasta el momento ellos eran los principales sospechosos de comprometer la seguridad del Árbol—. Y ahora tu imprudencia lanzó una señal en el cielo para avisarle al resto del continente dónde estamos. —Gardenerella quizá había llegado más lejos de lo que hubiera sido prudente, pues la chica se molestó. Nigrette tenía unos ojos redondos y grandes. Rara vez tenía los párpados abiertos, pero, así como estaba, parecía que se iba a quedar dormida o empezaría a llorar. Le sorprendía lo fácil que lloraban en esa familia. —Ya, ya. No te aflijas. Resolver los problemas que causamos es parte esencial de lo que hace Arakhné. Duncan ni siquiera recuerda quién lo mató y tampoco le interesa.
—No es él —reconoció. —Son tus otros compañeros… No me agradan, no les agrado.
—Ya se les pasará. —Gardenerella hizo una pausa y vaciló en preguntar sobre Nobi. Pero era una pregunta arriesgada. Sin embargo, en medio de la selva, sin nada que perder, decidió ir directo al grano. Pero la interrumpieron.
—¡Ya la encontrarooooon! —la interrumpió la niña desde el oeste.
Se sorprendió de ver a esa pequeña druida sobre el lomo de un ave del terror. La criatura que normalmente hubiera soltado picotazos inclementes, capaces de perforar una armadura de placas, parecía disfrutar con ella como jinete.
—Fue la chica de la rana —dijo Neem a Nigrette, mientras señalaba a la carliní. Casandra contemplaba orgullosa su victoria.
Naryanna la cortó con la espada que llevaba a la cintura y la cargó. O los enormes pétalos eran ligeros o ella era muy fuerte. Caminó por delante cuando regresaron al Árbol.
Gardenerella echó ojo a la lista de ingredientes. Lenn y Samas se habían encargado de la mayoría, pues el norte de Tiquanda ofrecía mejor variedad, pero allá no encontrarían la orquídea de titán. Repasó uno por uno los ingredientes hasta que se detuvo en el último, que también estaba tachado. La lista marcaba el mechón rojo de una recién casada. Miró de reojo a Naryanna, esforzándose por cargar algo que la superaba dos veces en volumen, con una determinación férrea a pesar de los tambaleos. Pensó en Ib. Aún era demasiado pronto para preguntar sobre lo ocurrido. La herida estaba abierta y aún sangraba. Aunque ellos demostraran lo contrario. Había quedado ciego después de la explosión. Gardenerella había sacado muchas conclusiones apresuradas, pero todavía no era el momento de hablarlas.
Llegaron al Árbol sin demoras. Gardenerella ayudó a subir la orquídea al jardín del cielo y se dirigió al sanatorio, donde Duncan la esperaba con la puerta abierta.
—Anuman sigue dormido, pero es por efecto del cincho de cardenal, ya se encuentra mucho mejor. Dale tres horas y sólo sentirá que tuvo una resaca infernal. Para eso le daremos un poco de láudano. Se mantendrá calmado mientras le cuentan qué pasó. Hay algo que quiero mostrarte —dijo Gardenerella y abrió un cajón, del que sacó un frasco con un polvo centellante. —Es polvo de vampiro. Esta droga es lo que le permitía multiplicar su alcance de ignición. No sé cómo, pero estoy segura que se lo facilitaba. En Banuta no la detecté en sus pulmones, pero ahora que lo pude tratar en la clínica resultó evidente. Y —dijo en tono cómplice y luego sacó un frasco pequeño donde guardaba las virutas brillantes— aunque es muy poco, le retiré todo lo que pude. Estoy segura de que lo podríamos vender a buen precio —Duncan no mostró ningún interés en ese plan. Ella blanqueó los ojos y continuó—. En fin, lo que necesito informarte es que hice todo lo posible para que el viejo no vuelva a conjurar esa monstruosidad. También te aviso: si me vuelven a pedir que lo sane, aunque diga que sí de buena gana, te juro que lo voy a dejar morir. Una persona como él ya no debería andar por ahí libre, es muy peligrosa para el mundo. Si no hubiera sido por esa niña, habría acabado con la selva. Estoy dispuesta a ser pasada por la guillotina si puedo salvar una sola ardilla de las llamas de ese hijo de puta.
—Acabas de decir que retiraste el polvo de vampiro de su cuerpo, ¿qué te preocupa?
—El fuego que siempre lanza hasta por las narices. El que convoca de sus runas o sus varitas mágicas. Parece que no lo conoces. Además —dijo levantando la mano, como si señalara a los soles— siempre es posible que lo consiga otra vez y que algo en su demente cabeza le diga que es necesario volver a conjurarlo. ¿Tienes idea de qué pasará si hace ese hechizo?
Duncan no tuvo reparo en decir que no.
—Un cataclismo donde sea qqu. Las arenas de Darama por fin cubrirán todo el continente. Una explosión así fue la que dio inicio al desierto de Jukandarf.
—Tomaré medidas drásticas al respecto —le aseguró, pero Gardenerella sabía que ni siquiera sabía cuál era ese desierto.
—Aquella noche nos salvamos, fue una serie de eventos casi milagrosos…
—Gracias a una niña que te asustaba.
—Todavía lo hace. En ella hay algo abrumador. Quisiera que alguna de sus hermanas me hablara al respecto... —Gardenerella supo que Duncan no compartiría lo que sabía—. Y sobre Ib… Al parecer ya supimos cómo perdió el primer ojo.
—No te atrevas a preguntárselo —advirtió Duncan, serio.
—Te estás tomando muy en serio el rol de padre regañón. Sé muy bien que no es el momento de hacerlo. Pero quizá mañana, después del ritual. Por cierto ¿cómo te va con eso?
—No me interesan las formalidades, lo único que tengo que hacer es recitar la lista de sus nombres y darles la bienvenida.
—¿Los entrevistaste a todos?
—Sí —dijo convencido, y tardó unos segundos en recordar. —Con los carlinis fue sencillo. Una se llama Kim Berlee y la otra Casandra Bonecrusher, ambas estaban al servicio de la reina adicta, no me acuerdo si se llama Constanza o Eloísa. El del acento gracioso y complicado de entender se llama Armadeón y el otro es Karl. Me dijo que, aunque no tenía apellido, sí tenía una taberna clandestina en Carlin, es el que mejor me cae de los cuatro, aunque no sabe luchar y tampoco está muy seguro de qué lo trajo hasta aquí. Pero curiosamente, es el más entusiasmado de estar aquí.
—¿También entrevistaste a las hermanas?
—Sí —respondió pesaroso—, pero con las hermanas fue otra cosa… Solicité hablar primero con la pequeña, Nymera, pero ella pidió que la de pelo blanco la acompañara. Y la de pelo blanco no iría a ningún lugar sin supervisión, dijo la rubia. Luego se agregaron otras dos y al final la pelirroja.
—¿De verdad crees que les irá bien dentro del clan?
—Yo no lo sé, las conozco muy poco. Pero Ib cree que sí y yo confío en él, así como confío en ti y sé que no te reusarás a sanar a Anuman si llegara a ser necesario.
—No te preocupes —respondió Gardenerella de inmediato—, lo haré de buena gana.
Nutasha, quien pasaba la mayor parte del día en el sanatorio, vigilando también el estado de Anuman, le aclaró, tras una larga exposición de motivos, un discreto panorama del abanico de posibilidades llamado Nobi, pero no como un gesto de confianza o de buena voluntad, sino de la misma manera que un oso delimita su territorio marcando los árboles con las garras. Le dijo de una manera rebuscada, que la niña es capaz de encontrar una solución a cada problema que se le formula correctamente, pero las soluciones solían ser tan catastróficas que muchas veces el problema quedaba reducido a algo insignificante. Una noche, Neem le comentó a su hermana que le gustaría escuchar a un bardo todas las noches. Nobi dijo que le llevara una botella que finalmente usó para robarle el aire al cantor.
—¿Falleció? —Preguntó Gardenerella.
—Por supuesto. Sus pulmones quedaron secos. Pero eso no fue lo peor. Neem, que escuchó el aire dentro de la botella, estuvo escuchando al bardo durante seis meses seguidos. ¿Tienes idea del problema que representó librar un contra hechizo? Y no te contaré lo que hizo cuando yo le pedí una botella sin fondo, o Nigrette un capturador de visión. Por eso decidimos prohibir pedirle cosas a Nobi. Puede ser que ella sea capaz de darte cosas impensables, pero siempre te arrepentirás de pagar lo que pide. Dime, si no hubiera estado ese sujeto encarcelado, ¿cuál vida crees que hubiera tomado?
Dijo «tomado» como quien levanta un tomate y se lo lleva a la boca. De Lorek no habían quedado ni los huesos, sólo ese insufrible olor a pelo quemado y a carne rancia que inundaría las celdas por años. ¿Qué era esa niña?
Del ritual tampoco pudo extraer gran cosa. Sería en el jardín del cielo y que sería durante la noche más larga del año. Lo último que le dijo Nutasha fue que: «Sólo ella sabe para qué pide lo que pide y cómo lo utilizará.»
Pero guardar rituales secretos en un lugar como el Árbol es imposible. Así que uno a uno, fueron solicitando permiso para presenciarlo y ver a Puscifer volver a la normalidad. Duncan avisó que aprovecharía esa noche para hacer el nombramiento oficial de los nuevos. Kim y Argón se encargaron de hacer los preparativos para el ritual, con Lenn coordinando cada movimiento para que ninguna planta resultara dañada. La niña pequeña sólo había pedido que se encendiera una fogata y que el resto, dijo textualmente, aun no lo decidía.
La tarde pasó sin nada interesante qué comentar además del berrinche del viejo Anuman, quien tras recuperarse y saber que las niñas que lo habían herido estaban en el Árbol, fue a encerrarse en su laboratorio. Los soles del cielo descendían y los casi veinte miembros del clan subieron a su tiempo, tomaron parte de un círculo alrededor del fuego. Cuando el cielo se tornó negro, manchado únicamente por las estrellas, Nobi dio inicio al ritual.
Solicitó que todo mundo guardara silencio mientras iba arrojando los ingredientes al fuego. Comenzó con unas pizcas de hierro, dos sacos de carbón mineral, tres docenas de alas de murciélago, seis huevos de hidras, un puñado de tierra selecta, por último, los pétalos machacados de orquídea de titán. Concluyó mirando a Naryanna, quien se acercó a ella y le entregó un mechón de cabello rojo, colocándolo al lado de la mesa donde estaba el puño de tierra donde yacía Puscifer.
Nobi recitó unas palabras en un idioma que Gardenerella no podía descifrar y después oró con tres voces distintas. Al terminar, se sentó junto a los demás y miró el fuego arder violeta. ¿Podía ver si quiera ese cambio? Sus ojos eran blancos, al igual que sus cejas y su pelo. Viéndola bien, esa niña de apenas seis o siete años tenía ese aspecto feroz que una vida de experimentos le habían dado a Anuman.
Naryanna se acercó a Nobi y le susurró algo al oído. La niña respondió brevemente y luego echó a reír.
—Nobi dice que tiene todo en orden. Son libres de hacer lo que quieran —anunció la mujer pelirroja—, pero a la mitad de la noche ocurrirá la metamorfosis de su amigo.
—¿Pedirá algo a cambio? —Preguntó el líder. Naryanna respondió que no y la propia Nobi, fue quien la interrumpió.
—Todo está donde tiene que estar —afirmó—, y cuando eso pasa, obrar para mí es muy fácil.
—Te agradezco a nombre de todos. Aprovechemos —dijo Duncan, cruzado de brazos. Se había rasurado el bigote fuera de las comisuras de los labios, dejando dos puntas afiladas. En Nargor se le llamaba estilo venorí, y tenerlo era motivo de burla, pero acompañado de los lentes que sólo usaba cuando tenía que leer, una barba larga pero bien rasurada, y las prendas más limpias que Gardenerella le había visto, le conferían una mística inusual—, para concluir esta ceremonia. Seré breve. Todos deben de saber por qué están aquí. Saben qué tomará Arakhné de ustedes y saben qué le entregarán. Las cosas van a cambiar —dijo, viendo discretamente a Ib, quien sostenía a su esposa de la mano. —Tenemos dos prioridades: devolverle su cuerpo a Puscifer y proteger al Árbol. Incluso de cualquier rey hijo de puta que quiera arrebatárnoslo y hasta de nosotros mismos si es necesario —señaló con el dedo al árbol más alto del jardín, donde estaba Anuman enmarañado detrás de unas ramas, muy atento a la ceremonia. Bajó de tres saltos y se acercó a ellos. Su barba chamuscada y amorfa le daba un aspecto patético, pero en su cara no había una sola pizca de vergüenza. —Prométeme que no tomarás represalias con estas niñas y no serás juzgado por intentar incinerarnos a todos.
—Ustedes estaban en el Árbol, no les hubiera pasado nada—respondió Anuman, rabioso.
—¿Estás loco, viejo? —Dijo Nymera levantándose de un brinco. Luego mostró los dientes como un perro a punto de atacar.
—Búscame cuando crezcas, maldita zarigüeya. Si no fueras una niña…
—De una vez —mostró los dientes como un perro a punto de atacar—, cuando crezca seguramente ya te habrás muerto.
—¡Ya cállense los dos! —Gritó Lenn, con las manos en las sienes. —Tengo hambre y ustedes no dejan que Duncan termine esto.
El líder agradeció con una sonrisa elegante y continuó con tono solemne:
—¿Lo prometes?
Anuman asintió. La niña hizo lo mismo y ambos se sentaron lejos el uno de la otra. Durante esta discusión, Nigrette no se inmiscuyó, pues se mantuvo atenta al fuego, como si no le interesara lo que pasaba a su alrededor.
Duncan nombró a cada carliní y esperó a que se pusieran de pie para presentarse. Con las hermanas Zildian fue distinto, las nombró de corrido, y no se levantaron. Gardenerella notó que el líder tenía un severo problema para concluir la ceremonia, pero tuvo la fortuna de que Argón lo interrumpiera levantando la mano.
—Tengo una pregunta para Nobi. Voy a bajar por la parrilla y la carne de dragón ¿puedo tomar unas brasas de la fogata o eso alteraría el ritual?
La niña no tuvo objeción y en menos de tres cuartos de hora, ya habían subido dos barriles de cerveza, una arpilla de verduras listas para saltar al asador y una arroba de distintos tipos de filetes de dragón. Por todo el jardín se distribuyeron grupos mientras la fogata ardía.
Lenn, quien había bebido tres copas de vino, sonreía como un tonto y miraba divertido a su alrededor.
—¿Cómo crees que lo haga?
—¿Qué cosa? —Preguntó Gardenerella, antes de darse cuenta de que evidentemente se refería al ritual. —No tengo la menor idea. Después de ver lo que esa niña hizo con el Árbol, puedo esperar cualquier cosa.
Lenn la miró decepcionado.
—Me parece que lo único que queda de Puscifer es una transmutación de sus átomos a la forma de gusano. Sigue teniendo la información de genética aun en esa forma. Piensa en los ingredientes, pidió materiales y minerales para formar a un humano. Todo encaja, excepto por la orquídea de titán. El veneno que produce es incompatible para cualquier organismo.
—Menos para los seres fatuos —complementó Ab Muhajadim, viéndolos sólo de reojo. —Los nómadas les ofrecen esas flores a los faraones del desierto una vez al año para que les permitan cruzar el desierto sin derramamiento de sangre.
Ahora que lo mencionaba, era evidente.
—Hasta el mechón de recién casada se usaría para formar un homúnculo —señaló Lenn.
—Ese debió ser difícil de conseguir ¿cómo lo hicieron? —Preguntó Muhajadim, quien parecía no haber notado el anillo de rubí en el dedo de su primo y de Nymera.
—No tienes remedio —Gardenerella apuró la copa y fue a servirse otra. Miró cómo todos parecían divertirse en la noche oscura, sólo iluminados por la luz de la fogata. Una armónica sonó desde la oscuridad. Era una melodía sincera y melancólica, pero el ritmo la invitaba a bailar. Se topó a una chica de frente. Era la Zildian más callada, Nekane. Ambas se abrieron paso, y como si se hubieran sincronizado, avanzaron.
—¿Bailamos? —Sugirió Gardenerella a manera de broma.
—Me gustaría, pero no sé cómo.
La sorprendió la honestidad
—Yo tampoco —la tomó de la cintura y le dio media vuelta, soltándola con un elegante vaivén de sus manos. La mentira sonriente de Gardenerella sonrojó a la joven Zildian.
La media noche se acercaba y la música se había vuelto más alegre. La druida no puso atención a los tres o cuatro que habían sacado distintos instrumentos, pero disfrutó de la música. Beber sin preocupación con el caballero era divertido. Nunca hablaba más de la cuenta y tampoco la interrumpía durante sus largas meditaciones bucólicas. Escuchó decir que ya casi sería media noche, así que se acercó al fuego, lo que significaba, estar irremediablemente cerca de las hermanas y el recién casado.
—Permítanme felicitarlos —alzó la copa hacia ellos. Luego sintió un extraño arrepentimiento al esperar que Ib respondiera.
—No queríamos hacer mucho alboroto —dijo Naryanna, sonriente,
—Un mosquito al caer hace más alboroto que ustedes dos. Mi amigo de aquí —dijo dándole dos palmadas en la espalda a Ab— no se había percatado. Como se habrán dado cuenta, la observación no es una de las virtudes de la familia. —Lo entendió hasta que terminó de decirlo. Su sonrisa se borró al instante y se alejó tras disculparse.
No había bebido tanto ¿cómo pudo ser tan tonta? Caminó por el jardín hasta que se le borró la vergüenza en la cara. Envidió por un instante a Anuman, que era incapaz de sentirse apenado por cualquier cosa. Haber pensado en el viejo le hizo darse cuenta de que, no lo había visto desde la cena. Jamás se perdería una demostración de este tipo a menos que…
Fue con Lenn, quien no le dio información. Ni Argón, ni Duncan y menos las hermanas. Bajó corriendo del jardín del cielo y no lo encontró por ninguna parte. El ritual sería dentro de pocos minutos y tenía un mal presentimiento. Se encontró a Katafracto, el del acento extraño. Le preguntó si había visto a Anuman, él pareció no entender así que lo describió lentamente: viejo, alto, de pelo chamuscado.
—Lo vi bajando las escaleras —apenas pudo entender su pastosa voz.
—¿Hace cuánto? —Preguntó apresurada.
—Diez minutos, a lo mucho —dijo con la fluidez de las tortugas.
Temía que tramara venganza contra las hermanas, aprovechándose del poder de Nobi y de que prácticamente todo mundo tenía la guardia baja. Sin embargo, ¿por qué se habría adentrado a la selva? Salió del Árbol apresurada, y el carliní la siguió, sin estorbarle con preguntas innecesarias. Entendió que le había ofrecido su apoyo. Conjuró utevo lux y estudió las hierbas afuera del Árbol para buscar el rumbo de Anuman. Tan pronto encontró una rama doblada, corrió al noreste. Katafracto le seguía el paso incluso después que se extinguió la luz. Corrían en silencio y cada vez más rápido, como le gustaba a ella.
Dieron con el mago a dos kilómetros del Árbol. Estaba agachado y sostenía algo entre sus brazos. No los percibió hasta que estuvieron muy cerca de él. Por primera vez encontraba a alguien que podía caminar sin que hiciera sonar su armadura como un encuentro de cascabeles. Anuman alzó un dedo hacia ellos e hizo brotar esa chispa de luz. Tanto ella como Katafracto pudieron ver con claridad el cuerpo demacrado que sostenía en sus brazos.
De no ser por la varita, no hubiera reconocido a Puscifer. Ahí tendido, sin camisa y con medio millar de cicatrices expuestas al aire. Se le marcaban las costillas, tenía los brazos pegados al hueso y una barba desaliñada, llena de hojarasca y plastas de lodo.
—Llévenlo al Árbol —ordenó Anuman, mientras les entregaba el cuerpo maltrecho antes de regresar corriendo.
Instantes después de que la llama de la varita de Anuman se perdiera entre la selva, Gardenerella oyó una terrible y seca explosión. Venía del Árbol. Debía ser la media noche. ¿Había salido algo mal? Katafracto se había echado a cuestas a Puscifer y corrieron a toda velocidad.
Tan pronto subió al jardín, sintió que estaba en un sueño mudo. Una tragedia cruel se extendió ante sus incrédulas pupilas. El tiempo pasaba lento y a donde quiera que girara la vista, la imagen se volvía más y más espeluznante. Había escupitajos de flamas ardientes por doquier, restos de lo que podía describir como una erupción volcánica. Ib sangraba profusamente de la boca, sobre el cuerpo de Naryanna, fue con ellos primero, Nutasha y la niña gato estaban con ellos dos, los cargaron al sanatorio, Gardenerella escuchó que Ib preguntó por la niña de pelo blanco. “Está bien” le respondió la mayor de las Zildian y bajaron. Miró a su alrededor, necesitaba evaluar la situación. Se heló su sangre cuando vio un par de piernas sin torso ardiendo cerca de la fogata, más al fondo estaba el resto del cuerpo, partido en varios trozos e irreconocible.
—Nada se puede hacer por él —le advirtió Lenn, con un ojo cerrado y la cara llena de sangre. Tenía la ropa rasgada y sus heridas aún sangraban, debió curarlas descuidadamente. Estaba concentrado en Argón, quien había perdido el brazo que usaba para blandir su espada. La barba estaba manchada por retazos de cenizas aun ardiendo. Ahí Gardenerella entendió por qué tardaba tanto Lenn, Argon había perdido el esternón de un tajo ardiente, exponiendo su corazón y sus pulmones.
—La responsable de esto huyó. El alto y el mago corrieron tras de ella, rumbo al oeste —dijo Casandra a Katafracto, tratando de reincorporarse, pero tenía el abdomen contraído de dolor, luego escupió un coágulo de sangre para terminar arrodillada. Gardenerella se dirigió a ella.
—Iremos para apoyarlos—dijo Samas, que tenía una herida abierta atravesándole desde la ceja hasta la mejilla. Corrió con el arco al hombro, tomándole la delantera a su hermano y a Katafracto, que los siguió sin dudar.
Gardenerella no quiso preguntar los qué, los quienes, y los cómo. Le quedaba una larga jornada de trabajo por delante. Ya habría tiempo para saber qué diablos había pasado. Miró al resto de reojo. Vio el cadáver y sintió una punzada en la garganta. No quería ver otro muerto.
Esta historia también está disponible en audiolibro en el siguiente link:
LAS REDES OSCURAS
- Capítulo 0: https://youtu.be/wU4t09EWVq8?si=ryJVWwhl0ZaHQ70T
- Capítulo 1: https://youtu.be/fhyesVFlLVI?si=lgDe1mQLNqMkzDmS
- Capítulo 2: https://youtu.be/blnwlIt4H-s?si=Zlu5CoE85LVS3SD0
- Capítulo 3: https://youtu.be/Mpyd94YoB-A?si=GIislHSlZryXVt_z
- Capítulo 4: https://youtu.be/8i3kF8A3tS8?si=B_u_zscVh3kdrA6_
- Capítulo 5: https://youtu.be/_mGz7fEVZSI?si=d5Wvp4v6BSUlRwfM