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Las Redes Oscuras (capítulo 23): La nube negra

Lo vio despertar en el pesebre, al lado de un burro dormido y la paja sucia. La mirada era torpe y sus movimientos descoordinados. Se acordó de un venado recién parido. ¿Así lo miraban a él tras revivirlo? Lo abrazó para tranquilizarlo. Estaba aterrado. Por su forma de mirarlo sabía que todavía no lo reconocía. Cuando dejó de resistirse, fue porque tuvo la urgencia de vomitar. Apenas se pudo girar y dejó salir lotes y lotes de un líquido verde oscuro. Lo ayudó a ponerse de pie sin importar que se llenara las manos de meconio. Tropezó tres veces antes de dar un paso seguro. Samas fue paciente y lo sostuvo en todo momento. Pero tuvo que cubrirle la boca cuando empezó a gritar: «¡la piedra, la piedra!» y a tocarse el bolsillo donde la cargaba. Samas logró tranquilizarlo una vez más caminaron hacia la pocilga. Samas iba sin prisa, no quería forzar a su amigo. Regresar a la vida era peor que morir. Se llenó de rabia al recordar que el exsacerdote los mandó al pesebre porque no quería que vomitara dentro de su casa. «Que vayan al corral, el meconio es un buen alimento para las gallinas». Llegaron a la puerta trasera de la choza. Lenn los esperaba de pie junto cerca de la entrada. El lugar apestaba a vino viejo, vómito y un hedor rancio que no podía identificar. Había basura por todos lados. Lenn lo ayudó a recostar a Duncan en una esquina apenas aluzada y terminó por arroparlo con su capa.

—Gracias por regresarlo —sintió Samas la obligación de decirlo en voz alta.

—Te dije que confiaran en mí. Un perro, aunque esté viejo, nunca olvida esos trucos —respondió pedante. —Lenn, me temo que interrumpiré mi historia para recalcar que tienen dos problemas: Su amigo aún necesita tiempo para recuperarse y a mí no me conviene que estén un minuto más en mi casa.

—Si por nosotros fuera ya estaríamos yéndonos, pero sabes muy bien que no podemos caminar con él así. Danos una hora más —pidió Lenn.

—Me estoy quedando sin bebida y cuando me quedo sin bebida se agota mi paciencia —dijo, señalando el cementerio de botellas vacías en otro rincón oscuro del cuarto.

—Viejo, a un problema, una solución. No trajimos más licor, pero conozco alguien que podría facilitarme una o dos botellas. ¿Qué dices? Danos una hora más y volveré con algo para calmar tu sed —Propuso Samas.

—No me hagas falsas promesas, mejor date prisa, que será mi paciencia la que juzgue cuánto pueden permanecer aquí.

Samas se balancea entre los techos vigas y postes. Gracias a la luna nueva no hay muchos guardias, pero los pocos que están tienen miedo. Eso es malo. Estudia la mecánica del rondín en un par de minutos y con esos datos, se da el lujo de trazar una ruta. En ningún momento toca el suelo, siempre encuentra la manera de seguir avanzando entre los techos. Sin embargo, se siente oxidado y aunque los músculos no le han fallado después de exigirle tanto, piensa que debe entrenar mucho más. Llegó por fin al lugar, se dio cuenta por la enorme palmera. Se asomó detrás de una cisterna a la plazuela donde Clyde tiene su bar. Las luces estaban apagadas. Maldijo en silencio. Ahora tendrán que pasar el resto de la madrugada cargando a Duncan entre la selva. Era molesto, pero no tan complicado. Sumido en estos grises pensamientos, vio salir del bar a una prostituta con un bolso bajo el hombro. Cruzó la calle y se acercó a donde estabas Samas. Era una rubia preciosa. El escote dejaba ver una espalda azul y fría, pero bella. Se colocó justo debajo de él, y tocó la puerta con una contraseña un tanto curiosa. Alguien abrió la puerta y con un tono que a él le pareció muy familiar, le ordenó entrar.

Si ella acababa de salir del bar, quería decir que Clyde seguía ahí o ella había perpetuado un robo. Iba a sacar provecho de la situación, cualquiera que fuera el caso. Bajó por el patio del bar y sorprendió a Clyde fumando en silencio.

—Baja el cuchillo —le pidió Samas con un tono amigable—, soy yo.

—¿Quién es yo? —Preguntó Clyde con justa razón. Samas había olvidado lo mucho que le había cambiado la voz. Pensó que, si encendía una cerilla y veía su cara, iba a reaccionar de peor manera.

—Samas, Samas Rívench.

—Si eso es cierto —respondió amenazante—, dime qué te tomas.

—Lo que sea. Hasta tu peor cerveza es…

—…mejor que el vino más caro de Thais —concluyó el barista, quien dejó el cigarro y fue a servirle un tarro de cerveza a tientas. Samas, escuchó, muy disimuladamente, un quejido de Clyde. —Oí que te capturaron. Dos veces. Primero en Carlín y mágicamente, también aquí, con Angus.

—Ha sido una larga historia —dijo Samas, recibiendo la cerveza. La bebió en dos tiempos.

—Una historia que, por mi propio bien, es mejor no escuchar… —volvió a escuchar ese quejido disimulado en la voz de Clyde—. Cuéntame ¿cómo está Gardenerella?

—Mejor que nosotros dos, te lo aseguro. ¿Qué te pasó?

—Nada grave —respondió Clyde con cierta gracia—. Cuando los capturaron en el Palacio, vinieron a preguntarme si los había visto la noche anterior. Luego quisieron saber un poco más de lo que yo estaba dispuesto a decirles de buena gana. Pero no se han sobrepasado conmigo, no te preocupes. Sólo un par de costillas rotas, en dos días estaré como nuevo. Sin embargo…

—Hicieron lo mismo con Lorek, ¿verdad? —El tono de Samas comenzaba a volverse hosco, así que respiró con calma hasta que contuvo el deseo animal de destrozarle la garganta a ese maldito barquero.

—Así es. Sólo que, a juzgar por lo que ha gastado en vinos y prostitutas… Las cosas cambiaron mucho desde lo que pasó en Carlín

—¿Qué ha ocurrido? —Preguntó Samas, aliviado. Por fin alguien lo iba a poner al tanto de los últimos acontecimientos que, sin duda, le afectarían a él y al resto del clan.

—Dicen que un hechicero oscuro quiso invocar un ejército de demonios en plena Plaza Mayor de Carlin, frente a la Reina. Que algo salió mal durante el ritual, volviéndolo todo una carnicería descontrolada. Dicen que ese hechicero se dio a la fuga y lo único que saben es que era un espía del Rey de Thais y que vivía aquí, en el puerto. En fin… Me alegro mucho de saber que están todos a salvo.

—No todos —dijo Samas, sin ahondar en más detalles. —Venía contigo para pedirte fiadas dos botellas, pero no hará falta. Ya sé dónde conseguirlas. Gracias por la cerveza, ha estado deliciosa.

Samas subió al techo del bar y saltó en dirección al cuarto de hotel donde la prostituta había entrado. Observó los postigos de las ventanas, la cerradura. Entrar y apoderarse de la situación iba a ser sencillo, más si Lorek ya estaba borracho.

 

Tras llegar, le ofreció dos botellas al sacerdote y le dijo que pronto tendría otra. El viejo estaba contento, pero no más que la prostituta. Le había dado a ella todas las posesiones que pudiera tomar del cuarto de Lorek, con la única condición de que no dijera nada. Samas decidió aprovecharse de la alegría del viejo.

—¿Sería abusar de tu confianza si invito a otro amigo a tu sala? Está aquí cerca y trae otro regalo para ti.

—Por mí puede entrar una docena de cerdos, si todos traen consigo una botella.

—Pues nuestro amigo trae dos. —Salió hacia el patio y entró con Lorek, atado y amordazado como un cerdo a punto de ser sacrificado. Tomó las que tenía atadas al pecho. Tenía los ojos rojos llenos de furia y miedo. —Estas son para ti. Guárdalas, nosotros ya casi nos vamos.

—Espero que así sea. Yo no aguanto más. Me iré a dormir. Cierren bien las puertas cuando se vayan, no quiero que se escapen las ratas.

Al arquero le gustaba jugar con la idea de sorprender a Lenn y a Duncan, quienes no tenían idea de lo que Samas estaba tramando.

—Tengo información que podría interesarte. ¿Quisieras oírla, Duncan?

—Me urge una buena noticia —aseguró con una voz lenta y pausada, recargado en la pared.

—Ya sé quién reveló la ubicación del Árbol.

 

Lo sentaron en una silla sin desamarrarlo. La ira de Duncan le dio fuerzas y aclaró su mente. Tomó el mando del interrogatorio.

—En otras circunstancias te hubiera quitado la vida tan pronto me enterara de tu traición. Pero lo cierto es que te necesitamos. Así que, para estar a mano, sólo tomaré tu libertad. Ya no te perteneces, ahora eres un esclavo nuestro. No me interesa saber por qué lo hiciste o qué les dijiste. Sólo quiero que me respondas con sí o no. ¿Puedes llevarnos al Árbol?

Duncan aflojó la mordaza de Lorek, sólo lo suficiente para que pudiera articular una sílaba.

—No —respondió llorando.

Duncan lanzó un tajo con su daga y un manantial de sangre fluyó desde el cuello de Lorek. Se retorció y se cayó de espaldas, aun atado a la silla.

—No lo dejes morir —ordenó a Lenn. Quien se puso manos a la obra. Tardó más de veinte minutos en controlar la herida del cuello y con ayuda de Samas lo posicionaron.         Nadie dijo nada por un minuto. Hasta que el líder, con una mirada fría repitió el mismo discurso que había dado. Y cuando hizo la pregunta final, Lorek volvió a responder que no y Duncan le hizo otro corte, con mayor profundidad. Esta vez esperó más de un minuto viendo cómo se desangraba. Luego, con un movimiento del brazo ordenó a Lenn que volviera a sanarlo.

—Así seguiremos hasta que escuche otra respuesta —advirtió.

Hubo necesidad de cortarle una vez más la garganta y por fin obtuvo su anhelado sí.

—No me importa si tengas que robarle a tu padre o al mismo Angus. Tienes una hora para sacarnos de este puerto y llevarnos al Árbol por el río viejo. ¿Entiendes?  Así nos tengas que llevar sobre la vejiga inflada de un cerdo.

Salieron en la madrugada rumbo a un lugar oculto en la selva. Era el lugar donde Lorek guardaba una barcaza pequeña con motivos ocultos. Justo antes de que el sol los delatara. No encontraron otro barco o pescador en el río viejo, nadie nunca tomaba una ruta tan peligrosa. Navegaron bajo el sol y por la tarde, desembarcaron a menos de diez millas del Árbol por sugerencia de Lenn.

—Si no haces lo que te digo vas a terminar muerto. Si hablas sin que yo te lo ordene, también terminarás muerto y si no corres a nuestro paso…. Supongo que ya sabes qué te pasará —le advirtió Duncan a Lorek antes de atarle las manos.

Entre Samas y Lenn sacaron la lancha del río y la escondieron entre unos matorrales. Anduvieron una hora a paso veloz. Hasta que Samas pidió a todos que se detuvieran. Había encontrado algo curioso en una liana que colgaba de un cedro. Era un indicio. Alguien acababa de pasar por ahí y se había tomado el esfuerzo de cubrir sus huellas, pero había dejado una sutil herida en la corteza de las lianas.  Miró de reojo a Duncan y se golpeó en el pecho. Lenn y el líder lo esperaron mientras Samas trepaba por ellas hacia la copa del cedro. La noche amenazaba con taparlos con su manto negro, así que Samas se sintió increíblemente contento de ver que la figura que acababa de detectar era Black Anuman. El mago estaba subiendo una cuesta a más o menos doscientos metros. Quiso silbarle, pero una estúpida corazonada le sugirió que antes revisara el entorno. Así es como distinguió a las dos figuras que caminaban amenazantes hacia él. Samas decidió silbar fuerte y se dejó caer de la copa del árbol. Aterrizó como un gato, sin sentir más que un golpe difícil de aguantar.

—Vi a Anuman. Había dos personas siguiéndolo. Estarán aquí en menos de un minuto.

La trampa consistía en ofrecer a Lenn y a Lorek como carnada. Una vez que fueran emboscados por esos dos merodeadores, Duncan y Samas los capturarían, pero mientras tanto, permanecerían ocultos entre las hojas de dos árboles. Habían pasado más de veinte minutos y la selva ya se había oscurecido. Una pequeña tira de luna blanca alcanzó a salir en el cielo antes de que los perpetradores aparecieran. Pero cuando lo hicieron, fue tan rápido que Samas y Duncan apenas tuvieron tiempo de reaccionar y seguirlos dentro del bosque.

A los pocos cientos de metros de persecución, Samas se dio cuenta de que Duncan ya no corría cerca de él. Algo le debió haber pasado. No se detuvo a esperarlo, sino que siguió a los secuestradores que corrían sin detenerse.

Durante la persecución sintió mucha rabia y desesperación. Su cabeza parecía haber enloquecido, pues le lanzaba un millar de temas cada segundo. Pensaba en el clan. En su hermano. En sus amigos. En los estúpidos reyes. En este maldito mundo que parece regocijarse con la inmundicia. La rabia que sentía impulsó sus piernas y le dio un empuje tal, que por poco los alcanzó. Estaba muy cerca de uno, el que cargaba a Lorek en la espalda. La exigua luz de luna le permitió ver el brillo rojo de su pelo. Era muy parecido al de Argón.  Pensó en Carlin y antes de armar el rompecabezas en su cabeza, recibió un puñetazo en la mandíbula. Un golpe tan perfecto y potente que debió ser planeado con astucia y mucha anticipación.

No se desmayó. Había quedado en un limbo confuso.

—Levántate —ordenó un sujeto con un acento muy peculiar. Samas tardó en darse cuenta de que la amenaza era más aterradora acompañada de una espada que apuntaba a su cuello.

No vio la cara del tipo que lo amenazaba, pero el que se acercó por la espalda y lo maniató era el pelirrojo al que por poco alcanza.

—Átalos a un árbol… —ordenó el de la cara ensombrecida.

El que lo ató era muy fuerte. Tenía unos brazos gruesos. Lo arrastró hasta un cedro y lo amarró con tanta fuerza que apenas podía respirar. Después amarraron a alguien más, luego a otro. ¿Dónde estaría Duncan?

Pasaron las horas en silencio. Los carlinís apenas murmuraban entre ellos. Samas había intentado escuchar lo que decían, pero era imposible. Tenía media cara hinchada por el puñetazo y sentía que había quedado sordo de un oído.

¿Qué iba a pasar ahora? Duncan seguía libre, pero estos tipos podían ser cazadores expertos de Clúster, soldados de la Reina o infiltrados de Tibianus. Las cosas estaban poniéndose muy complicadas y la luz al final del túnel cada vez se veía más lejana. Pensó en Jarcor ¿qué estaría haciendo su hermano en este momento? Samas, antes de salir junto con Lenn para revivir a Duncan en el Puerto, le había pedido que no hiciera imprudencias. Pero sabía que por más que lo hubiera jurado, incluso sobre la tumba de sus padres, siempre se dejaría arrastrar por una corazonada instantánea. Lo sabía muy bien, porque así era él.

Alguien llegó al campamento. Esos pasos sonaban diferentes. Samas distinguió a dos personas más y otra vez hubo un cuchicheo inteligible. Luego, como un rayo de luz en una noche de tormenta, escuchó la grave voz de Duncan.

—Suéltenlos —oyó decirle a su líder, que habló con la dignidad propia de un rey.

—Tú a mí no me das órdenes —Samas reconoció la voz rasposa. del sujeto que le había dado el puñetazo.

—Aún no —aclaró una tercera voz, una muy familiar, una que no esperaba escuchar—, pero él es quien decidirá si eres admitido o no en el clan.

Esta historia también está disponible en audiolibro en el siguiente link:

LAS REDES OSCURAS

  1. Capítulo 0: https://youtu.be/wU4t09EWVq8?si=ryJVWwhl0ZaHQ70T
  2. Capítulo 1: https://youtu.be/fhyesVFlLVI?si=lgDe1mQLNqMkzDmS
  3. Capítulo 2: https://youtu.be/blnwlIt4H-s?si=Zlu5CoE85LVS3SD0
  4. Capítulo 3: https://youtu.be/Mpyd94YoB-A?si=GIislHSlZryXVt_z
  5. Capítulo 4: https://youtu.be/8i3kF8A3tS8?si=B_u_zscVh3kdrA6_
  6. Capítulo 5: https://youtu.be/_mGz7fEVZSI?si=d5Wvp4v6BSUlRwfM

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