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Las Redes Oscuras (capítulo 10): La ciencia oculta

En la parte más alta del Árbol y contradiciendo todas las leyes de la física que Argón daba por sentadas, yace el Jardín del cielo. Media docena de árboles se asoman por la empalizada de troncos. Tiene más aspecto de corona que de muralla. Es uno de los pocos lugares en donde un limón, un durazno y un cocotero comparten tierra, dejando espacio incluso para un discreto cultivo de flores y hierbas que los hechiceros solicitan con frecuencia.

En las primaveras, el jardín parece sacado de un sueño. Hoy no es más que un pantano. Y gracias a Eloísa, el huracán que dejó todo patas arriba

La mitad de los árboles estaban tendidos en el suelo, como borrachos al despuntar el alba. Dejaban asomar sus largas raíces blancas. No quedaban más que unos pocos árboles con vida.

Argón Rikan subió por petición del druida. En su bitácora tenía una interminable lista de pendientes. Primero drenaron el agua estancada. Luego se deshicieron de todo lo que se estaba pudriendo.

ꟷEste ya no sirve ꟷdijo Lenn con profunda tristeza.

La persea era pesadísima. Argón calculó que al menos sería media tonelada. Cuando intentó bajar el tronco al suelo, uno de sus brazos perdió la fuerza por completo y el árbol se le resbaló entre las manos. Argon Rikan no pudo disimular el dolor.

ꟷTe advertí que usaras una polea ꟷrecriminó Lenn Lénnister, exasperado.

ꟷCon una de esas hasta tú podrías levantar este tronco. Pediste mi ayuda, así que déjame hacer las cosas a mi manera.

ꟷVen, necesito revisarte el hombro.

Caminaron bajo la sombra de un almendro que había resistido los fuertes vientos.

Primero lo examinó con delicadeza, luego comprobó los arcos de movilidad trazando círculos en el aire, asiéndolo por la muñeca. Al final, clavó un dedo en varios puntos de su hombro. Todos le dolieron.

ꟷTe reventaste estos ligamentos ꟷle recriminó el druida, después descansó su palma en el pliegue de la axila.

Argón sintió cómo un vapor húmedo y cálido lo envolvía. El druida caminó al pequeño almacén cerca de las escaleras y trajo una venda. Lo metió todo en un balde de caucho. Trazó unas figuras complejas en el aire y sopló hacia el agua. Cuando la sacó, una fina capa de escarcha envolvía la venda. La enrolló en su hombro y dijo que en un cuarto de hora estaría como si nada hubiera pasado. El druida se sentó en una piedra y se recargó cómodamente en el almendro.

ꟷEs un buen momento para tomar un descanso. Nos queda un día largo por delante. ꟷComo de costumbre, sacó un cigarro.

—Había pensado en preparar un pastel para la cena. Hoy se cumplen siete días desde que Duncan es líder.

Los ojos de Lenn eran de color café, tristes e irremediablemente sinceros.

—Es mala idea celebrar, mañana partimos. No ha estado del mejor humor y dudo que sea por los monos.

ꟷQuizá tenga que ver con las otras misiones

ꟷO puede ser que le fastidia timonear a este escuadrón de pusilánimes, ve tú a saber.

A Argón le gustaba mucho la idea de tener a Duncan al mando.

ꟷDe verdad querías ir con Ib ¿verdad?

ꟷHace veinte años que no pongo un pie en mi tierra, la extraño.  ¿No te pasa lo mismo?

—No ꟷrespondió Lenn con extraña facilidadꟷ. El lugar donde nací es una comuna detestable; fundada y liderada por delincuentes.

—Es lo que decimos de Thais.

—El Refugio mira a Thais como un ejemplo de alta cultura. Nuestros padres fueron detractores del ejército. En el Refugio todos son ladrones o asesinos.

ꟷVaya, por fin conozco el nombre de tu pueblo, aunque no tengo idea de dónde queda.

ꟷEs porque el Refugio no aparece en los mapas. Pero está al oeste del Páramo de la desolación, por si un día quieres visitarlo.

—¿Thais tiene ladrones viviendo dentro de sus fronteras? Eso sería impensable en Carlin.

—Cerca de la frontera de Thais y Venore. Pero es inaccesible. Al oeste delimita sólo con el mar y al este un ancho río nos separa del Páramo. Para llegar por tierra debes cruzar un valle extenso, repleto de cuadrillas de minotauros hambrientos y furiosos. Luego subir una cordillera, donde cientos de familias de cíclopes se matan unas a otras por disputas territoriales. Si de alguna manera logras cruzarla y no conoces el camino al Refugio, llegarías al Páramo. Y ese, amigo, sería tu final. Sencillamente el Rey no quiere hacerse cargo, enviar a un ejército o una guardia es demasiado caro.

—Ahí hay arañas gigantes ¿verdad? —Recordó el caballero.  ꟷCuando era niño oí una leyenda sobre la Catedral Oscura. Dicen que fue construida por demonios.

—Todos cuentan historias diferentes. Recuerdo que cuando era pequeño, un grupo de cazadores envalentonados por un derroche de aguarrás, hicieron un pacto. Juraron que se adentrarían en el Páramo. Seguramente pensaron que encontrarían tesoros y se harían ricos. Pasaron semanas antes de que partieran. Desfilaron excusas con cada amanecer, que las armas, que las provisiones, que era peligroso para el Refugio prescindir de tan talentosos cazadores. Por fin, ante la insoportable burla del resto de los habitantes, decidieron partir. Unos porque no soportaban la vergüenza y otros, obligados por el helado filo de los cuchillos contra la garganta. Pasaron los años y los dimos por muertos. Nunca creímos que mucho tiempo después, uno volvería.

El pobre se había quedado sin familia. Un grandulón reclamó a su esposa como suya y mató a los dos hijos que intentaron hacerle frente. Pero cuando lo pusieron al tanto, ni le importó. Tenía cara de idiota y no respondía a ninguna pregunta. Lo único que había traído consigo, era un artefacto desconocido para mí: un libro. El tipo quedó mal. Dormía de día y usaba las noches para llorar a gritos. Así que el líder de la comunidad decidió amarrarlo de pies y manos. Yo era el encargado de alimentarlo. Tres veces lo escuché hablar con coherencia: una vez cantó una canción de cuna. Otra noche me rogó que no revelara a los nigromantes su escondite. Y la última vez recitó varias veces un largo poema. Hablaba de una gruta, seguida por un nido de dragones y un laberinto que lleva a las fosas del inferno.

Lenn relató todo lo que recordaba. De los dragones milenarios que protegían la entrada, de los monstruos invisibles que vagaban libres en las profundidades, mencionó también a los siete tronos, uno para cada príncipe demonio. Argón sintió un escalofrío subiéndole por la espalda y saltó de un susto cuando escuchó una tercera voz.

—Hay que ser un idiota para acobardarse ante esa magnífica oportunidad ꟷreplicó Anuman, quien se había escabullido sin hacer ruido. —Siempre hay maneras de explorar sin ser detectado con hechizos de infiltración: invisibilidad, mutismo... sobran formas para el que sabe hacerlo, claro. No me sorprendería que algún hechicero medianamente hábil ya haya explorado esos lugares. Pero claro, es imposible para un alguien como tú. Unos dicen que es un cementerio de viejos demonios, otros que es la entrada al reino del vacío. Sólo he leído a tres personas que hablan de ese lugar. Pero no vengo a perder el tiempo contigo —dicho esto, cambió súbitamente de tono y con una mala imitación de socarronería, se dirigió a Argón. —Ven conmigo. Es urgente.

—¿Qué no ves que estamos reparando los estragos que dejó el huracán? Vuelve luego. —Dijo Lenn, molesto por su presencia. Fue en busca de un semillero a la bodega que estaba junto a la escalera.

—Es para evitar daño estructural irreparable.

—¿De qué se trata? —Preguntó Argón.

—Vi una fisura en una de las vigas de soporte del laboratorio.

—Claro que no —el caballero negó con la cabeza—. Las revisé ayer, están intactas.

—¡Dije que para evitar daño estructural!

—Ya te oyó —recriminó Lenn—. No tienes por qué gritar. Vayan a ver esa maldita grieta. Anuman, eres un cabrón —le dijo cuando éste pasó a su lado.

—No me importan las palabras de un cobarde que no se atreve a explorar el lugar donde nació.

El daño estructural era una excusa que Black Anuman le había planteado a Ib Ging, alegando que las reparaciones del laboratorio tendrían que ser prioridad en todo momento. Entre viales de cristal, alambiques, materiales alquímicos, libros quemados, especias irritantes, metales, matraces exóticos, miles de frasquitos diminutos que vaya alguien a saber qué contienen y la estructura del laboratorio, habían tenido que pagar quince millones de dracmas. Black Anuman había engatusado a todos los usuarios de magia, asegurándoles que él había sido uno de los maestros seleccionados para equipar y darle mantenimiento al laboratorio de La Academia de Magia de Edrón, que con los materiales que se podrían sintetizar se recuperaría la inversión en un santiamén. Lo construyeron apenas hacía apenas dos años y en un principio, los conocedores de hechizos del clan distribuyeron equitativamente turnos semanales para usarlo, mismos turnos que Black Anuman fue cambiando por favores, materiales mágicos y runas, hasta que terminó adueñándoselo por completo. Incluso dormía ahí. Cosa que no había molestado a los demás, pues la mayoría había relegado el laboratorio al infame olvido tras un par de meses.

 

 

Habían salido del Árbol. El laboratorio colgante era similar a un tumor fijado a la fortaleza. Se apoyaba por columnas horizontales incrustadas bien profundo en la corteza del árbol. El hechicero señaló con uno de sus dedos flacos y desvencijados hacia un punto. Argón Rikan conseguía ver nada.

—Ahí, ahí, en la esquina. Junto a la cadena.

Argón intentaba enfocarlo sin resultado alguno.

—Ahí está, maldito ciego —dijo Anuman al mismo tiempo que formaba en su mano derecha una esfera de fuego que terminó arrojando contra el Árbol. Argón lo pudo ver. Era una de las vigas, una diminuta fractura la recorría. Apenas lo notaba. Había que reemplazarla. Sería algo laborioso, aunque sencillo. Primero tendría que conseguir la viga de madera primero.

—Impresionante —reconoció el caballero—, además, la llama se apagó de inmediato ¿lo hiciste tú?

—No—replicó el mago con rudeza— el fuego es salvaje. Una vez que sale las llamas arden por su cuenta.

—¿Y por qué se apagó tan rápido? He visto cuánto resisten tus llamas dentro del agua, contra el Árbol se extinguió de inmediato.

—Es por una resina que inventé ꟷreconoció, un tanto orgulloso. ꟷCuando la madera la absorbe, hace que resista hasta seis veces más el punto de ignición. Esparcí un poco en el laboratorio y a sus alrededores para evitar catástrofes.

—Sorprendente —reconoció— ¿sirve para cualquier superficie?

—Mientras la pueda absorber, sí. Es transparente, no huele ni se siente una vez que está seca. Si la colocáramos en todo el Árbol, volveríamos nuestra fortaleza invulnerable al fuego. De esto hablaba en la reunión.

—¿No interfiere en el funcionamiento normal del Árbol?

—A juzgar por la zona que rocié, no. Conserva el flujo de savia, agua y energía.

—¿Tienes suficiente para cubrir todo el Árbol?

—Claro que no, pero puedo fabricarla ꟷdijo el hechicero sobándose los raquíticos dedos. ꟷTardaré unas cuantas horas, mientras puedes ir reemplazando la viga.

—Me parece estupendo. En cuanto termine de cambiarla, iré contigo para ver cómo la preparas, quiero que me enseñes.

De un momento a otro, el semblante de Anuman cambió a un tono más sombrío, tan rápido como el despertar violento de un volcán.

—No digas tonterías. No conoces ni una fracción de las palabras necesarias para entender cómo fabricarla. Dedícate a hacer lo tuyo, que es golpear piedras y poner clavos. Eres un irrespetuoso de las ciencias ocultas —dicho esto, Black Anuman le dio la espalda y se metió al Árbol refunfuñando como el anciano que parece ser.

Las tareas de reparación serían divertidas. Pero, antes de pensar en clavos y martillos, había que acudir con Lenn para que sinterizara una viga del Árbol. Una vez que la tuviera, se colocaría sus arneses que era cuatro cuchillas afiladas en cuyo extremo había cadenas, que, al lanzarse, se asían firmes contra la corteza del Árbol y sirviéndose de grebas con clavos, se podía desplazar igual que una araña lo hace por la pared.

 

Pero Lenn estaba muy ocupado como para ayudarlo.

—Vamos, necesito la viga. Entre más pronto termine, más pronto volveré a ayudarte.

—Dile a ese idiota que no tengo tiempo.  No sé por qué eres tan servicial con ese decrépito.

—El laboratorio es de todos. Además, siempre que necesito que encante algún arma o escudo me lo entrega en poco tiempo. Cuando le has solicitado algún material pasa lo mismo, ¿algún día te ha negado el servicio?

Lenn lo miró reacio.

—Prefiero no acudir a sus servicios, pero quizá en eso tengas razón. Aunque no lo soporto. Se porta como un esquizofrénico y siempre está buscando la manera de sacar provecho personal. Estoy seguro de que no reporta todas las ganancias de las misiones.

—Eso dicen todos, pero nadie ha presentado pruebas. Pero mira el lado positivo, al menos no quedó como líder.

—Eso es lo único bueno —hizo una pausa y habló con cierto pesar—. Haré tu viga, pero tú ayúdame a levantar esos tres árboles, ya no sirven. Ahora regreso.

Argon no apartó la mirada de Lenn Lennister, quien, con una pequeña cuchilla, cortó una astilla del Árbol y la enterró en el centro del jardín donde la tierra era de otro color y según le había dicho el druida, provenía de una región muy especial. Escuchó el murmullo indescifrable del conjuro y tras un breve instante de la tierra salió un tronco sin hojas. Lo que a la madre naturaleza le puede llevar meses o años, Lenn puede lograrlo con minutos u horas de concentración y energía. Le gustaba ver a Lenn recitar sus hechizos. Un inmenso número de ocasiones le había pedido que le enseñara, pero Lenn se mantenía firme; «No es tan fácil —decía—, para hacer crecer una semilla tienes que conocer la semilla y la planta a la perfección, desde los materiales que forman la cápsula hasta los del núcleo. Es como construir una casa de ladrillos, sólo que cada ladrillo tiene una función distinta. Es como desdoblar unas partículas que parecen hormigas... Olvídalo, tienes que estudiar demasiado antes siquiera comenzar a hablar de ello».

A Argón Rikan le irritaba la pedantería de los conjuradores. Ninguno quería revelar sus trucos. Los pocos hechizos que el caballero podían realizar eran sanaciones superficiales o los que amplificaban las capacidades de sus músculos. Pero manejar materiales o hacerlos aparecer de la nada, eran los hechizos que Argón quería aprender.

—Espero que las dimensiones del tronco sean suficientes ¿te encargas de modelar los detalles?

—Gracias, Lenn. Anuman estará muy agradecido —Argón inspeccionó la madera, ligera y resistente. Unos cuantos ajustes más y estaría lista para reforzar la estructura de su fortaleza.

—Pues dile que venga él en persona a decírmelo, a ver si es cierto.

 

 

Faltaba poco para que anocheciera, un par de horas a lo mucho, así que se dio prisa para preparar y colocar la nueva viga. Se colgó su equipo especializado y comenzó a caminar verticalmente por el Árbol. La viga era una de tantas que sostenían el laboratorio, así que en Black Anuman en ningún momento tuvo que salir de su taller. Mientras sacaba el soporte dañado, pensó en qué uso le podría dar, pues todavía era un gran trozo de madera resistente, del mismo Árbol. Muchas veces vio trabajando a Black Anuman a través de su ventana, con una pipa humeante entre los labios. Lo saludó, pero éste lo ignoró.

Terminó cuando ya estaba oscuro. Bajó con mucha más dificultad y mientras guardaba su material en cajas etiquetadas, Black Anuman apareció detrás de él, cargando cuatro vasijas de unos dos galones cada una. Siempre se sorprendía de la fuerza que el viejo tenía en esos raídos músculos.

—Aquí está el néctar. Una sola capa bastará para proteger la madera que toque, aplícalo como si fuera cualquier barniz. Tiene una capacidad de penetración muy buena. Me voy a seguir trabajando. Hazlo pronto, que para mañana en la mañana el líquido se habrá secado en las vasijas.

Argón abrió una de las vasijas, la resina parecía dorada como la miel, pero tenía un asqueroso olor a agrio.

—Esto huele a huevo. El Árbol va a apastar a basurero. Vamos a delatar la ubicación sólo por el aroma.

—No seas tonto, ya te había dicho que no deja rastros. El olor es temporal, durará cinco o seis días a lo mucho, que será lo que duraremos en Banuta. Ahora anda, apresúrate a colocarlo.

Argón miró los recipientes con mucha pereza. Una sola capa al Árbol con esta miel le llevaría por lo menos seis o siete horas.

—Black, ¿no hay manera de que prolongues la duración? Quisiera dormir un poco para estar listo para mañana.

—¡Imposible! —Respondió ofendido. —¡Que no se te ocurra dejar que el material se descomponga! —Dicho esto se regresó al Árbol.

Argón quedó solo, con las cuatro vasijas llenas y toda una noche de trabajo por delante.

Mientras sacaba el equipo para caminar verticalmente del estuche donde ya lo había guardado, llegó Ab Muhajadim ahuyentando la negrura de la noche con una antorcha a media vida.

—¿Estás ocupado?

—No realmente —dijo mirando las vasijas con desdén—, ¿te puedo ayudar en algo?

—Necesito hablar contigo ve a la armería en cuanto puedas.

La dama de la curiosidad había clavado los dientes en el cuello de Argón, quien no dudó ni un momento en que era buena hora para tomar un bien merecido descanso y quizá, ir por un refrigerio.

—Ayúdame a guardar estas vasijas en la escalera de caracol y vamos de una vez.

Argón cubrió los cuatro recipientes con una tela y sobre ellas colocó las herramientas que usaría más tarde para impregnar la resina en el Árbol.

Pero antes de ir a la armería, pasó a la cocina para prepararse un par de sándwiches de jamón de dragón con mayonesa picante. Sentado en el comedor estaba Puscifer frente a una lista enorme con casi todos los elementos tachados mientras se acariciaba frenéticamente la cabeza.

—¿Quieres un sándwich?

—No tengo apetito —dijo sin mirarlo a los ojos.

—¿Qué haces? —Argón se acercó, pero ni así obtuvo una respuesta. Los caracteres escritos en el papel no correspondían a la letra de la lengua común. No logró entender nada de lo escrito.

«Malditos hechiceros» pensó y Puscifer lo miró de reojo por un instante, como si hubiera escuchado en su mente.

Se alejó de la cocina como si estuviera solo, después de todo, era posible que sí hubiera algún método para meterse al cerebro de alguien y escuchar sus pensamientos. Cruzó el puente colgante que lo llevaba a la armería, donde Ab terminaba de empacar la ominosa mochila de madera de cincuenta galones de capacidad. Dejó un sándwich al alcance de su amigo, quien agradeció con la mirada y dijo:

—Tómala, está envainada en la esquina —le señaló con el mentón—, pero ya está lista para usarse.

Argón la reconoció de inmediato, pues tanto la vaina roja como el pomo se veían completamente relucientes. En cuanto la tuvo entre sus manos supo de qué se trataba. Su corazón latía emocionado. Miró a Ab, quien apagó las dos antorchas que iluminaban la armería. Argón desenvainó la espada y a medida que la hoja salía de la funda la habitación se inundaba con luz roja. El fuego acarició cálidamente sus mejillas.

—¿Cómo la consiguió? —Estaba maravillado ante la espada de fuego. Las llamas bailaban frenéticas por la cuchilla. La metió a la funda y la sacó de inmediato. Las llamas que se habían extinto renacieron con la misma intensidad de la primera vez. —Es hermosa... ¿es mía?

—Jarcor me pidió que le echara un ojo antes de entregártela, la compró en Puerto Esperanza. Me dijo que arruinaste las espinas de tu espada ¿cuándo pensabas decírmelo?

—Mantener una espada como ésta requiere aún más cuidado que la anterior, claro, si quieres que siga siendo letal y se mantenga su fuego. Cuando Jarcor me la trajo le dije que era un desperdicio dársela a alguien que no cuida de sus armas. Demuéstrale que me equivoco.

Ab Muhajadim señaló a través de la ventana, Argón se acercó y lejos, en el campo de entrenamiento envuelto por las sombras, venía un pequeño murmullo abrazado del aire. Eran golpes de metal contra metal.

—Salió a entrenar desde la mañana y no ha vuelto ni para comer. Lo entiendo, es joven. Su energía es interminable—. Ab Muhajadim destapó dos botellas de vino. Le pasó una a Argón, quien la recibió con su mano izquierda.

—Por el muchacho —brindó, mirando por la ventana.

—Por Jarcor Rívench.

Ambos bebieron la botella de un trago. Ab sacó otro par y siguieron bebiendo por un rato más.

—La espada no corta, quema —aclaró Ab, recargado con una pierna en la pared. —Aunque la hoja tiene filo, evita desgastarlo. El tajo con esta espada debe ser lento y fuerte, deja que las llamas hagan el trabajo. No te atrevas a golpear una roca o algo que no se queme, podrías destrozar el arma. Que bajo ninguna circunstancia se te ocurra dejarla más de medio día fuera de la funda o tendremos que ir a recargarla

—¿Dónde haremos eso?

—En el corazón de un volcán.

Ese era el problema con Ab Muhajadim, nunca se callaba. Si estaba inspirado, podría hablar por horas redundando en el mismo tema en un ciclo sin fin. Información interesante oculta entre paja interminable. Lo que Argón en verdad quería averiguar era qué pasaría si desenvainaba la espada bajo el agua.

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