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Las Redes Oscuras (capítulo 5): El puñal y el corazón

Lo despertó ese maldito escozor en la cara que le causaba las costras de sangre. Tenía las manos amarradas, tanto que ya no podía sentir ningún dedo. A través de la tela podrida podía ver una luz que resplandecía cercana. Supuso que los corym lo habían llevado a su guarida.

Lo habían vencido con una facilidad avergonzante. Por fortuna o desgracia, nadie del clan presenció la masacre. Si Black Anuman hubiera visto la paliza se hubiera carcajeado hasta mearse.  No pudo sino soltar golpes a diestra y siniestra sin siquiera acertar. Culpó a la debilidad de sus ahora raquíticos músculos. Un hombre del tamaño de Argón tiene que comer al menos ocho veces al día para mantener su fuerza. Pero Lenn había jodido todo sin querer. Primero se rehusó a comer carne de rata y luego se negó a cortarle la mano para tener algo qué llevarse a la boca.

—Por favor, sólo puedo hacer esto si tú me ayudas, necesito que después detengas la hemorragia.

—Deja de insistir. No cuentes conmigo. Me falta mana hasta para sanar una pequeña hemorragia.

—Lenn, vamos. No es algo que yo quisiera, pero es nuestra única oportunidad. Tu maná se repondrá poco después de comer, luego podrás curarme.

—Si no detengo la hemorragia en menos de tres minutos te habrás quedado sin sangre ¿cómo carajo voy a cargarte de regreso si ni siquiera sabemos cómo salir? Olvídalo, Argón. Si quieres comerte tu mano, no cuentes conmigo.

Y por lo sagrado de los volcanes, que Argón lo hubiera intentado de buena gana, pero no servía de nada si el druida se rehusaba a sanarlo. Lenn era tan obstinado que era imposible hacerlo cambiar de opinión. Siempre veía el lado malo a las opciones que Argón proponía.

No debía ser tan injusto con su amigo. Después de tantos años. Lenn jamás lo había traicionado, ni siquiera cuando pudo obtener algún beneficio por hacerlo. Además, tenía razón, su idea era arriesgada, pero el hambre era fatal.

Esperaba que las ratas no dieran con su amigo. Si le conseguían más tiempo, Lenn vendría con las runas que se le habían tirado a Argon y si una sola servía, seguro encontraría la manera de venir en su auxilio.

Una rata se acercó y le quitó la bolsa de la cabeza. Por fin pudo ver la cara de sus captores. Lo miraban con curiosidad. Había más de diez fogatas frente a él. Era una pocilga, con basura apilada en piedras que usaban como mesas y charcos verdes burbujeantes por todos lados. Los corym abrieron paso a una rata que, aunque no era más alta que el resto, sí parecía más vieja. Se acercó insolente. Cargaba atavíos muy vulgares que presumía con elegancia. Contuvo el vómito cuando la rata acercó su nariz y rugió justo frente a su cara. Argón había caminado por las alcantarillas de todas las ciudades y nunca olió algo tan agrio, tan nauseabundo. La rata miró todos los ángulos posibles, como para asegurarse de que estuviera bien amarrado.

—¿Qué haces en nuestras tierras? —La rata habló con desprecio y lo miró como los humanos ven a las cucarachas.

Argon no sabía qué responder. El líder de las ratas le dio un coletazo en la mejilla. Sintió cómo se le había abierto la piel y aguantó el ardor en la cara, firme como un roble.

Había tragado un poco de carne de aquella rata, un par de bocados. Pero resto del grupo llegó y ya no recordaba siquiera si los había vomitado durante el enfrentamiento.

—Seguro vienes por nuestros tesoros —la rata lo volvió a golpear una y otra vez, hasta que el caballero pelirrojo escupió un par de dientes.

—Mi hijo... —dijo—, vine por mi hijo. Por favor —miró con piedad a la rata—, ayúdenme a recuperarlo.

La rata lo miró extrañado, pero luego carcajeó. El resto de sus compañeras la siguieron en un coro burlón. Cuando el líder recuperó el aliento, miró piadosamente a Argón.

—¿Cómo era tu hijo? Quizá podamos ayudarte.

Serio, Argón estudio minuciosamente a las ratas, números, armas, músculos, terreno favorable y desfavorable. Todo lo que unos ojos bien entrenados son capaces de ver. El líder en particular, parecía muy enclenque. Seguro mucho más débil que cualquiera de los corym anteriores. Debía ganar tiempo.

—Estamos aquí para ayudarte —fue incapaz de aguantar la risa—, confía en nosotros.

—Su nombre es Fred. Es un chico de once años, tiene el pelo rojo, como el mío. Sus amigos dicen que lo vieron entrando a este lugar.

—¿Alguno de ustedes ha visto a alguien con esas características? —Preguntó a sus súbditos.

Una rata alzó la mano mientras azotaba su cola, impaciente.

—¿Sabía a pollo?

Las ratas soltaron una carcajada estruendosa. Argón bajó la mirada, derrotado.

—No estés triste humano —dijo el líder—, cuando te comamos lo verás de nuevo.

Pudo hacer que una lágrima brotara de sus ojos. Él se consideraba muy malo actuando, pero esta vez lo estaba haciendo bien, lo estaba haciendo muy bien. Si jugaba sus cartas con cuidado podría ganar suficiente tiempo y quizá, sólo quizá, Lenn Lennister llegaría con toda la furia de la magia que duerme en las runas.

—¡Por favor no me coman! —Con los ojos inundados en lágrimas, suplicó por su vida. Las ratas seguían desquiciadas.  —No quiero morir. Haré lo que me pidan. Seré su esclavo, su sirviente, puedo ser su...

—Jamás dejaríamos ir un pedazo de carne como la tuya. Aquí la comida es muy escasa.

—Se lo suplico, le juro que le voy a ser de mucha utilidad, mi cuerpo es magro, tiene mal sabor, además ¡sé cocinar! Soy el cocinero del emperador Kruzak, hijo del fuego y de la tierra.

—Aquí de nada sirves. Aquí no tenemos tanta comida como en la superficie.

—Kruzak es el emperador de Kazordoon, de la Gran Montaña. Allá también vivimos sin la luz del sol. Estoy muy acostumbrado a cocinar con tallos, raíces, hongos e incluso insectos. Permítame demostrárselo, denme una oportunidad.

La sombra de la duda ya había encontrado tierra fértil en la cabeza de la rata. El resto era pan comido. Argón sólo tenía que cocinar piedras y ganar tanto tiempo como pudiera.

Cuatro ratas se acercaron y el líder habló con ellos en voz baja. Tras unos minutos de deliberación, una anunció:

—Hemos decidido darte una oportunidad. Dinos qué ingredientes necesitas y probaremos una receta, pero sólo una. Si en verdad eres bueno te daremos el lujo de vivir como nuestro esclavo.

Estaban bajo el control de Argón, quien era el cocinero del clan. Seguramente esas ratas nunca habían probado nada además de mierda, pero de todas formas les preguntó qué les gustaría comer.

—Me apetece algo caliente y caldudo, un estofado podría ser —la rata se volvió a reír y le llamó a un grupo de diez o doce ratas jóvenes. —Diles qué ingredientes necesitas e irán en su búsqueda.

—Antes quisiera decirle algo, su majestad —Argón notó que a la rata le gustó ser llamado de esa manera—, necesito saber qué tipo de carne usaremos. No es lo mismo poner a cocer carne de troll que de cocodrilo, hay mil maneras de cocinar y condimentar cada una pero muy pocas en común.

—De humano —respondió tajante —, sólo disponemos de la tuya. Nos comeremos uno de tus brazos.

Las palabras se sintieron como un puñal frío que se le clavaba en el corazón. Era un precio alto. Esperaba que las ratas tuvieran la amabilidad de ayudarle a detener la hemorragia. Y cocinar sólo con un brazo es más lento, lo que significa ganar todavía más tiempo para que Lenn Lennister llegara.

Las ratas salieron en direcciones diferentes. Después de que la última desapareció, la rata líder le puso de nuevo el costal en la cabeza.

Quizá fueron minutos, quizá un par de horas. ¿Dónde habría quedado su Espada de púas? No recordaba dónde la perdió, igual le había servido muy poco. Era una espada muy exigente y darle mantenimiento era prácticamente imposible si no se contaba con el material adecuado. Recordó el año pasado, cuando Ab Muhajadim, el encargado de Armas de Arakhné, le había entregado una cadena especial que parecía tener un brillo metálico, pero al contacto, era suave y ligera como la seda:

—Esta es la única manera de afilar una espada de éstas. Si lo intentas con una piedra de río, terminarás destrozándote los dedos. Las púas están hechas para desgarrar, no para cortar. Cuídala mucho, es una espada muy bella.

Si salía de esta, la tiraría a la basura y se conseguiría una nueva.

Una pedrada que le pegó en la cabeza lo regresó al presente, Argón era asediado por alguna rata que pensaba que herir a un prisionero era divertido.

Se escuchó un gran barullo antes de que le quitaran el costal de la cabeza. Las ratas habían vuelto, traían con ellas cestas llenas de jugosos hongos de leche, setas marrones que se veían deliciosos. Argón no tuvo tiempo de ver las otras cosas que habían traído, pero miró un costal que habían dejado junto a los otros ingredientes. Lo desataron de las manos y dos ratas lo acercaron a un gran fogón, valiéndose de filosas lanzas picándole en la espalada.

Las ratas se acercaron  y con ellas trajeron una mesa donde entregaron un cuchillo oxidado y sin filo.

—Cuídalo, que ese mismo usarás para cortarte el brazo.

Argon tomó los hongos y empezó a cortarlos. Cuando juntaba una considerable cantidad, los lanzaba al caldero con agua sucia hirviendo y una vez que tuvo listos unos tallos que olían a chile, fue por unas varas de jengibre y lo talló con un extremo del cuchillo. Lanzó todo al agua menos un hongo se había colgado del cuchillo y casi por costumbre se lo llevó a la boca. Unos guardias desde atrás le asestaron un golpe en las costillas y Argón cayó muy cerca de las brasas.

—No es para ti, ladrón —le dijo una rata, acercándose a oler el estofado. —La próxima vez que robes comida te arrancaremos la lengua y la echaremos al caldo.

A juzgar por su rostro, estaba muy complacida. Argón miró desafiante a la rata líder, estiró su paciencia lo más que pudo.

—Basta, esto huele delicioso. Ya queremos comer, echa el ingrediente que hace falta.

Con el palo de la lanza, cortaron el camino de Argon y los guardias lo tumbaron contra la mesa. Uno le puso la mano por detrás de la espalda, otra lo extendió y pudo sentir como llegaron más ratas para inmovilizarlo de los pies.

—Te vamos a cortar la izquierda, es la que has usado menos.

Argon no les daría el gusto de que lo oyeran suplicar de nuevo. Cuando la rata acercó el cuchillo a su axila y clavó el filo, tenía la frente llena de sudor, pero justo después de que la primera de gota de sangre hubiera brotado, el líder se volvió a partir de risa.

—Casi se te aflojan las tripas —dijo, tras escuchar un largo retortijón que venía del abdomen del caballero. Todas se rieron. —¿Cómo crees que te vamos a cortar el brazo?  Si de verdad eres tan buen cocinero sería un gran desperdicio. Manco nos servirías de poco. —le ofreció la garra para ayudarlo a ponerse de pie. —Además, los guardias encontraron algo mucho más sabroso.

La rata dio una orden y las otras fueron a donde habían dejado el costal y lo trajeron. El líder rasgó la tela. Argón reconoció a una figura que estaba dentro. Lo que los exploradores habían llevado era el cadáver de Lenn Lennister.

Se cercioró una y otra vez. Le costaba resignarse a la idea de que su amigo había sido asesinado. El mismo cabello, la misma cara, pero llena de moretes e hinchada.

—Apresúrate. El caldo huele delicioso.

—Este cuchillo funciona para trozar las setas y raíces, pero no para cortar carne —Argon señaló el filo—. Si quieren que lo haga, denme algo que sí sirva.

La rata miró desconfiada y le pidió a otra ayudante que fuera por otro. No tardó en regresar. Le entregaron un chuchillo de mejor calidad que el anterior. Se alegró amargamente de sentir un pulso débil en la muñeca del mago, seguía vivo. Maldijo a los dioses por la broma cruel: pues, aunque estuviera vivo ¿qué haría? ¿Cortarlo en pedazos? Parecía que no había otra opción, y aunque no quería hacerlo, si no lo mataba, las ratas devorarían a su amigo y sería una muerte mucho más cruel. Movió el cuerpo, como si fuera sólo eso: un mísero pedazo de carne y miró la boca de su amigo, hasta inconsciente conservaba esa sonrisa. ¿De dónde iba a sacar el valor para clavarle el puñal en el corazón?

Probó el filo con su dedo pulgar y brotó la sangre oscura, por lo menos sería un tajo y ya. Levantó su mano y miró a la rata que tenía en la frente. Maldijo esos asquerosos ojos brillantes.

Cuando estuvo dispuesto a dejar caer el fijo, decidió darle una oportunidad a la sinrazón.

Con las pocas fuerzas que había podido recuperar gracias a la carne de rata, recitó un hechizo Y lanzó el cuchillo con todas sus fuerzas hacia la frente peluda del líder de los corym. Cuando la raya cayó, ya estaba muerta. El cuchillo regresó a la mano del caballero, como jalado por un hilo invisible. Esa era su arma, esa era su espada.

Argón había desatado el infierno en las profundidades de la tierra.

Dos ratas se lanzaron contra él, lograron clavarle una lanza en el pecho, pero el caballero la quebró, se la arrebató y golpeó a una en la cabeza con el trozo que quedaba. El caos se elevaba más y más, como humo de madera verde. Se vio rodeado de enemigos que ardían en furia. Una explosión surgió desde una de las entradas de la cueva y el grupo de ratas que lo amenazaron se desintegró entre el fuego y el humo. Unas corrieron, incendiadas, regando por todo el lugar el olor a pelo quemado. Argón no entendió qué estaba pasando y casi se desmaya cuando vio a Lenn reincorporarse como si estuviera repleto de energía.  El druida saltó de la mesa con la agilidad de un león, se agachó y tocó el piso con su palma derecha, recitó un hechizo y de la tierra brotaron raíces gruesas y filosas que se elevaron. Lenn hizo un movimiento ágil con su mano y salieron disparadas como proyectiles, otras raíces que empalaron a una rata que se acercaba para atacar. Argón, con las confusas explosiones a su alrededor, seguía luchando, blandía torpemente la lanza que había robado, pero no tardó en quedar aturdido. Las llamas estaban apoderándose del lugar. Alguien lanzaba flechas explosivas desde la entrada, Argón conocía esa táctica, miró en esa dirección y vio a Jarcor Rívench, quien, dejando de lado el arco y reluciendo su brillante lanza se lanzó a luchar contra las ratas. Lenn combatía con una ferocidad impropia de él. Parecía como si el mejor de todos los sueños se hiciera realidad. Se consideraba el hombre más afortunado del mundo al ver cada vez más ratas muertas. Pero de repente, la náusea lo inundó y vomitó la asquerosa carne de rata que había comido, sintió que las fuerzas abandonaban sus brazos y sus piernas en un temblor helado. Sus ojos se inundaron en un mar de estrellas que bailaban alrededor suyo. Una sombra negra le nubló la mirada y se desplomó con una sonrisa confusa en los labios sangrantes.

 

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