Las Redes Oscuras (capítulo 21): La mala estrella
Cita de Arena en marzo 18, 2024, 4:02 pmSu vejiga alcanzó el límite. Estallaría en cualquier momento si no hacía algo y no había ya ninguna posición que lo aliviara. El druida hubiera dado lo que fuera por permanecer en ese paraíso de plumas de ganso y sábanas de seda. Su día empezó mal. Levantó la bacinica de estaño y husmeó por la ventana antes de relajar su esfínter. Al menos podía volver a respirar con normalidad. Era la luz de medio día. La vista desde el Palacio Municipal ofrecía un espectáculo que él nunca había gozado, y eso que sólo estaba en el segundo piso, quedaban otros dos por encima de él. Además de ese, los otros edificios y casas eran de una enigmática madera negra que resistía la humedad imbatible del lugar.
El bullicio del pueblo lo arrulló con su polirítmica canción. Sentía cómo resbalaba el sudor desde su cuello y axilas hasta la espalda. Los vellos de sus antebrazos y de su pecho estaban empapados. No le importaba el calor con tal de enredarse una vez más entre las sábanas. Una espina de culpa se le clavó en el talón y antes de acostarse, miró el cuenco que yacía sobre el tocador de marfil. Ahí, esperaba el desdichado Puscifer. Llevaba casi un mes pendiendo de su cuello en esa bolsita de tierra, pasando aquellas inclemencias sobre La Porquería. ¿Disfrutará más el cuenco? Esperaba que sí. Revolvió cuidadosamente con su dedo hasta que apareció. Puscifer mordía el trocito de lechuga que le dejó la noche anterior. Anuman, antes de irse disfrazado de gaviota, le recriminó que estaba siendo un exagerado con los cuidados que tenía. «Tratas a ese gusano mejor de lo que nadie trató jamás a un gato. Y ni siquiera te consta que sea Puscifer». Pero él sabía que se trataba de su amigo. Se encargaría de regresarle su cuerpo a Puscifer a cualquier precio. Caminó a la cama pensando que era muy posible que en ese estado Puscifer no fuera capaz de asimilar conceptos como la intimidad o comodidad. Al recostarse creyó que estaba soñando. No se consideraba a sí mismo un remilgoso. Llevaba más de un mes sin acostarse en una cama. Y no tenía reparo en quedarse dormido en pantanos infestado de mosquitos, aunque no de buen humor. Pensaba que mientras tuviera su mochila de almohada suficiente era capaz de resistirlo casi todo, aunque lo que verdaderamente detestaba era la ondulación al dormir en un barco. Ahora tenía esta cama y un cuarto para él solo. Tenía que aprovecharlo.
Alguien golpeó a la puerta tres veces. Lenn no quiso abrir los ojos, ojalá los hubiera soñado. Volvieron a golpear. Luego dos veces más. «¿Quién es?» Gritó desganado. Nadie respondió. Volvieron a tocar. Salió de la cama enfurecido. Abrió la puerta envuelto en cobijas y no supo cómo saludar a Gardenerella, quien lo estudió de los pies a la cabeza con una mirada fría y cortante.
—Esto es increíble. Resulta que sí estabas dormido. Creí que te habían apresado a ti también… —negó con la cabeza— Tres horas. He vuelto cada veinte minutos desde hace tres horas. Me juré a mí misma que si no me abrías, iba a tirar la puerta. No puedo creer que seas tan holgazán. ¿De verdad duermes desnudo en una cama ajena? Eso es desagradable y peligroso.
Aunque estaba acorazado por sus sábanas, se sentía indefenso y confundido. Era muy temprano para lidiar con ella.
—Ahora sí estamos en un lío. ¡Y tan cerca del Árbol! — habló en voz baja. Luego se escabulló por un hueco en la puerta, cuidándose de no tocarlo ni pisar las sábanas del piso.
Gardenerella caminó de cara a la pared y aguardó en silencio. A Lenn le tomó un suspiro de resignación entender que lo estaba esperando. Permaneció callada el tiempo suficiente para que encontrara sus calzones y se los pusiera. Sabía que su pantalón estaba debajo de la cama, pero no tenía la menor idea del paradero de su camisa.
—Duncan y Argon salieron anoche del palacio. Ese pequeño acto de rebeldía le costó la libertad a tu amigo y no tengo la menor idea de cómo, alguien hirió a Duncan con una arma maldita. Supongo que ya sabías lo de Ab y los hermanos ¿no?
Lenn confesó que no. La druida se giró ofuscada, lo vio con el torso desnudo y ondeando la sábana. Se sintió avergonzado cuando se dio cuenta que la druida miraba de reojo el pelo de su pecho. La camisa voló por los aires. Gardenerella la atrapó sin dificultad y la devolvió. Lenn tuvo que preguntar mientras se la ponía:
—¿Hablas de una maldita daga o de una daga maldita?
—Las dos. Es un desastre. Todos ustedes son unos incompetentes. Cada día me arrepiento más de haber firmado aquel contrato. En fin, el tiempo no se puede volver atrás. La herida sangra al menor movimiento. Duncan está estable, si eso te preocupa. Argón logró escabullirlo a su cuarto sin que nadie lo sospechara, pero lo encontraron cuando se dirigía al suyo. Por eso está preso. Ab y los hermanos tuvieron su juicio en la noche y son considerados sujetos de alto riesgo. En cuanto a Duncan, fui a visitarlo e hice creer a los guardias que está enfermo por lo que cenó. Lo cierto es que está delirando. No podemos permitir que Angus lo vea y se pregunte quién osó clavarle una daga maldita a su prisionero.
Lenn tenía que lidiar con muchos tipos de heridas, pero los que más detestaba eran las causadas por armas malditas. El Rey Tibianus, al igual que las ciudades que se consideraran civilizadas, la tenían prohibida bajo pena de muerte. Pero era relativamente fácil para un jefe de cuadrilla de barrio cumplir con las seis o siete condiciones para maldecir una. Todo iniciaba con un regalo. Era el peor de todos, porque era a la par advertencia y una invitación. Se la dabas a tus enemigos antes de arruinar su vida. Entregarla era una invitación abierta, un permiso que entregabas al receptor. Una invitación a matarte. Sin embargo, era un arma de doble filo. Porque era una sentencia de muerte. Pues la última condición para maldecirla era recuperar la daga y asesinar a tu adversario. La daga permanecería así por siempre y su valor se multiplicaría en el mercado. Cualquier hechicero de poca monta era capaz de canalizar la energía para llevar el ritual. Lenn no recordaba los detalles concretamente pero sí la progresión y sus devastadoras consecuencias. Si eras herido con ella, todo lo que podría salir mal, saldría mal. Si algo se puede infectar, se infectará, si algo puede fallar, fallará. La persona sufre una terrible fortuna hasta que pasan veinticuatro horas. A partir de ahí, la herida se vuelve una herida común y corriente, eso sí, que deja tras de sí una cicatriz negra.
—Ayer antes de dormir hablé con Duncan y me dijo que Angus era un tipo aterrador, pero justo. Y me advirtió que harían los juicios pertinentes. Pues Ab era acusado de robar un barco y los hermanos eran sospechosamente parecidos a unos que aparecían en carteles de Carlin.
Lenn no lo sabía. Vio cuando se llevaron a los hermanos Rívench bajo sospechas, pero les prometieron las máximas comodidades.
—Serán celdas muy cómodas —apuntó Gardenerella—, pero te aseguro que no más que esta.
La druida miró el cuenco donde estaba Puscifer sin detenerse demasiado.
—Al parecer ni a ti ni a mí nos han arrestado porque no tienen antecedentes de nosotros. Y tan pronto encuentren algo sospechoso, sin duda nos llamarán a juicio también. Pero tenemos hasta medio día, porque a esa hora Angus se reunirá con nuestro elocuente y calculador líder.
—Pero creí que Angus era quien nos había contratado para ir a Banuta. ¿Por qué nos está haciendo esto?
—No nos envió a nosotros. Envió a Ib Ging y ahora él es un proscrito del Rey. Cuando le dijimos que nos habían capturado él creyó que habían atrapado a Ib. Angus no sabe qué hacer con nosotros. Cumplimos el contrato en Banuta, pero en tiempos de guerra, eso significa poco para Angus.
—Supongo que Duncan le habrá comentado que nosotros también estamos persiguiendo a Ib —recordó Lenn—. Eso es algo que podemos usar a nuestro favor. Una moneda de cambio.
—Exactamente. Si no delirara diciendo que su color favorito es la honestidad y que la mejor cualidad es ser un helado, sin duda usaría esa carta, pero resulta que no puede y ahí es donde entras tú —Gardenerella dibujó una negra sonrisa en su rostro—, sígueme.
Cruzaron el palacio y se mimetizaron con la multitud. Anduvieron con paso apresurado desde el patio central hasta el ala oeste, donde estaba la habitación de Duncan. Al llegar, lo primero que hizo Lenn fue inspeccionar la herida. No tenía tan mal aspecto y concluyó que él no lo pudo haber hecho mejor.
—No te traje aquí para eso. Te necesito para que me ayudes a encontrar la carta donde dice que nuestra misión es atrapar a Ib. Quizá así logremos convencerlo. Tienes que ser tú quien vaya con Angus a la defensa de los cargos. Le diremos que tú eres el vocero oficial de Duncan. Que él te envía como su emisario para dar el reporte del portal encontrado en Banuta. Después de todo tenemos información valiosa, que podemos usar a nuestro favor. Algo que le puede interesar al mismo Rey. Pero debes de ser cuidadoso, es nuestra última esperanza.
Lenn prometió que haría todo lo estuviera a su alcance. Ella le dijo que eso no sería suficiente. Que tenía que jurarle que sería excelente. Él lo juró, aunque no de buena gana.
—¿Qué clase de falta de respeto es esta? Acude a mí el perro del perro. Mejor explícame si esto tiene que ver con la fuga de la noche anterior.
Angus era aterrador, pero no parecía un sujeto fuerte. Si no fuera por los guardias y el consejo detrás de él, le hubiera gustado darle un puñetazo en la nariz.
—Lo que quiero decir —dijo, respirando amenazante— es que tengo un reporte de misión lleno de información valiosa y sensible.
—¿Qué de valioso y sensible puede tener un reporte de Banuta? Por el amor a los soles. Habla de una vez o te mandaré encerrar a ti también.
—Hay palabras que estoy a punto de pronunciar, que si los oídos equivocados escuchan, tendrán que pagar con sus vidas —giró la cabeza y miró al consejo que acompañaba al regidor. —Palabras mágicas, oraciones prohibidas. Puedo asegurarle su seguridad con mi vida —miró ahora a Angus—, pero no la de ellos. No diré más.
El consejo cuchicheó, en una evidente falta de respeto y muestra de cobardía. Angus se sintió ofuscado y su consejo lo interrumpió. Saldrían de la habitación si eso era menester para que el druida hablara.
Una vez que se retiraron, Angus no esperó un instante más y ordenó al druida hablar.
—Encontramos un portal —dijo de golpe.
Angus se puso colorado de la cara y golpeó su escritorio con una violencia insospechada.
—Mira qué fácil te resultó zafarte de tus problemas. Malditos sean todos ustedes y sus mentiras. Ayer Duncan me aseguró que Ib los había traicionado. Ahora vienes tú y me hablas de portales. ¡Ojalá los soles los quemen vivos! ¡Guardias, aprésenlo!
Su proceso penal duró menos que su charla con Angus. Lo acusaron de conspirador, traidor y lo dejaron en el primer nivel de la mazmorra. Extrañamente le alegró que su compañero de celda fuera Ab Muhajadim, quien, dicho sea de paso, se veía estupendamente.
—La comida del área de preguntas es maravillosa —le dijo—, hoy desayunamos pastel de mango y caldo de mojarra. Aprovéchalo. En el segundo sólo dan arroz sin sal y tengo entendido que, en el tercero, sal sin arroz. Aquí los jueces vienen cada ocho horas y hacen las mismas preguntas una y otra vez. Los hermanos Rívench y Argón están en el segundo, les darán tres años de cárcel. Yo estaba con ellos, pero mi caso es más complicado, por eso me subieron. El guardia de aquí afuera me dijo que escuchó que serán diez años. Pero a Gardenerella, por herir a diez soldados y matar a dos antes de arrestarla, le darían por lo menos veinte. Llegó maniatada y fue enviada directamente a las mazmorras más profundas.
—¿Por qué estás tan despreocupado? —Preguntó Lenn, tras varias horas de no atreverse.
—Porque aún no han traído a Duncan ni a Anuman. Creo que eso es lo más importante. Mientras alguno de nosotros esté afuera no me preocupa esperarlos de brazos cruzados.
Por la noche llegó un juez, justo como había dicho Ab Muhajadim, pero esta vez no venía a interrogarlo sino a darle sentencia. Lo condenó a treinta años y que el caballero aceptó buena gana y se fue directo a las mazmorras.
—Será turno de interrogar al traidor —dijo el inquisidor bien fuerte, asegurándose de que Ab Muhajadim escuchara antes de que lo llevaran a las mazmorras más profundas. Pero no lo interrogaron. El enviado de Angus esperó a que le llevaran la cena y se fue antes de que Lenn la tocara. Mientras mordía un pedazo de lechuga pensó en Puscifer. Miró al cielo a través de la reja de la celda, que más que una mirada al exterior era una entrada para los mosquitos y otros peligrosos animales. Miró la cama de cemento en el que dormiría esa noche, y evitó recordar el colchón de plumas de ganso.
Acostado y a través de la rendija, se alegró de poder ver su estrella favorita en el cielo, que lo acompañó hasta quedarse dormido. Le alegraba que Duncan no hubiera pasado ni al interrogatorio, todavía tenía esperanza. Quizá una inútil e infantil, pero no tenía otra opción. Soñó que era ejecutado en la plaza central, pero lo que más le preocupaba es que lo iban a colgar sin pantalones. Así que se alegró cuando una sacudida de Argón Rikan lo despertó. Era Argón Rikan.
—Nos vamos de aquí en cinco minutos.
—¿A las mazmorras más profundas?
—No —lo miró extrañado—, al Árbol.
Quiso interrogar más a Argon, pero éste le respondió que no sabía ni cómo ni cuándo y terminó recriminándole que era un tonto por querer saber detalles en vez de obedecer.
—Tengo que ir por Puscifer —pidió el druida.
—No hace falta. Sígueme —dijo al cruzar la salida de la cárcel. Afuera, un guardia los esperaba en la sombra de un naranjo y les ordenó que lo siguieran. Salieron por una puerta trasera del palacio y se adentraron en la oscura selva. Tropezaban constantemente, la luz roja que traía el guardia no era suficiente para que Lenn caminara seguro. Cuando llegaron a un claro iluminado por antorchas, Lenn vio a Duncan enfrascado en una tensa conversación con Angus.
—Hagan lo que tengan que hacer, pero quiero un informe detallado sobre lo que encontraron en Banuta. Pero les advierto, no los esperaré más de medio ciclo —dijo con severidad—. Si no vienen, iré a su choza y le personalmente le prenderé fuego. Qué bueno que llega tu amigo —señaló a Lenn con tono burlón. Quiero que él sea el responsable de traer y explicarme el informe sobre nuestro asunto... Y váyanse ahora —ordenó—, por lo pronto, haré creer a los porteños que siguen en las mazmorras, así que no los quiero haciendo mucho alboroto.
Angus y su selecta guardia regresaron al palacio antes de que los encontrara el sol del amanecer. Los compañeros se miraron los unos a los otros. Todos tenían una historia por contar y una infinidad de preguntas qué hacer, pero fue Gardenerella la que habló primero.
—¿Dónde carajo estuviste, Anuman?
El mago, quien tenía el mejor aspecto de todos, iba a responder, pero el líder lo interrumpió.
—Vieja —respondió Duncan. —Nada es más importante que llegar al Árbol. Síganme todos —y antes de avanzar, entregó a Lenn la bolsita donde cargaban al gusano.
Caminaron sin descanso durante el día, tomando los senderos más cortos. Duncan se mantenía al frente y en silencio. Por la tarde, encontraron un tigre que los miró amenazante desde la rama de un árbol. En cualquier otro momento, le hubieran dado la vuelta, pero esa vez Duncan lanzó una daga entre las cejas del felino, que cayó muerto. Esto molestó a Lenn porque, aunque el tigre parecía amenazante, era improbable que fuera a saltar sobre ellos. Lejos de recriminarle frente a todos, anunció que estaba extenuado y que necesitaba un momento para recuperar aliento si pretendían caminar toda la noche.
El líder aceptó, pero no de buena gana, sino inspirado más bien en las caras de cansancio que tenía el clan. La imagen no debió agradarle mucho y seguramente, para evitar dar explicaciones anunció que iría a vigilar el perímetro. Después de llevarse una fruta a la boca y darle un trago amplio a una cantimplora, el druida salió en busca de Duncan.
–¿Cómo va tu herida?
—Dejó una hermosa cicatriz junto a mi hígado.
—Nunca se borrará, igual que mi estrella —tuvo que aclarar Lenn y señaló al este —Hay tiempos buenos y hay tiempos malos. Por eso evito buscar certezas. Ayer dormí en una celda, antier en un colchón de plumas, un día antes de eso lo hice en una jaula en el mar... Nunca sé dónde pasaré la noche. Pero me reconforta que al llegar la noche saldrá mi estrella —la miró detenidamente, casi embobado. —Otra certeza que tengo, Dunk, es que tener una estrella me ayuda a seguir caminando. A veces ella no da sentido a mis pasos, pero me guía el corazón y con esto basta.
—Por la mañana los soles opacan el brillo de tu estrella —respondió Duncan, pesaroso.
—Esa es nuestra percepción. Lo cierto es que mi estrella no brilla menos, aunque los soles nos impidan verla. Por eso no me desanimo ni cuando está nublado.
Duncan no parecía muy satisfecho con las palabras de Lenn, de hecho, se veía un poco incómodo. Argón llegó informándoles que esa noche cenarían carne de tigre.
Acurrucados a la luz de la lumbre, platicaban unos con otros. Unos reían, otros discutían y como siempre que tenían tiempo, los hermanos jugaban cartas. Todos parecían disfrutar la cena, menos Duncan, quien no había rejalado la mandíbula desde la mañana.
El estofado era delicioso y tenía un olor tan exquisito que a Lenn no le pareció extraño que tuvieran visitas felinas. Se trataba de un hermoso minino de pelo blanco y ojos azules. Se asomó curioso entre los pies de Ab Muhajadim. Caminó entre ellos e hizo una finta de alejarse cuando conectó su vista con la de Gardenerella, pero Lenn alcanzó a acariciarlo y lo acomodó en su regazo. Dejó que el druida la acariciara por un instante, antes de saltar y robarle un trozo de carne a Samas y alejarse entre el bosque. El arquero lo siguió entre un matorral y encontró a un segundo gato, mucho más tímido.
—Parece que este es ciego —anunció Samas tras alzarlo cuidadosamente entre sus manos, pero el felino, lo rasguñó mientras maullaba asustado. Samas no lo soltó hasta que no lo tuvo junto a su tazón de estofado y le permitió que comiera de las sobras. El otro gatito regresó con Lenn en busca de caricias.
—Espero que no quieras llevarte esos gatos al Árbol —recriminó Gardenerella.
—Gatitas —corrigió Lenn—. Y dudo mucho que a unas gatas salvajes como estas les entusiasme la idea de vivir en cautiverio.
—Vivir en el Árbol no es cautiverio —aseguró Jarcor.
—Si lo es si lo comparas con la intemperie.
—Angus nos ofrece el Árbol —interrumpió Duncan. —El Rey quiere la cabeza de Ib. Está dispuesto a entregarnos el Árbol. Angus dice que, si nosotros le damos la información del portal, y ésta la resulta útil al Rey nos dará riquezas suficientes para llevar una vida de lujos. No es un engaño. Conoce la ubicación de nuestra guarida. Vi cómo la señalaba en un mapa.
—Ib nos aseguró que nadie conocía la ubicación del Árbol —recalcó Lenn.
—Estoy seguro de que eso era mentira.
Tras escuchar esto, una gata se alebrestó, como si la hubieran amenazado. Saltó y mordió a Duncan, Lenn la quiso sujetar del lomo y ella prefirió perderse en la selva. Su hermanita también huyó, aunque mucho más lento.
—¿Y qué es lo que vamos a hacer? ¿Vamos a entregar a Ib?
—Vamos a planear la venganza. Hay que tomar el Puerto de ser necesario.
Todos acordaron mantener un discreto silencio por el resto de la noche. Sortearon las guardias y en pocos minutos, sólo se escuchaban los ronquidos y la insoportable orquesta de insectos.
A Lenn le tocaba la quinta guardia, justo después de Duncan, quien tuvo la amabilidad de despertarlo cuidadosamente. Una vez despabilado, el líder le advirtió.
—Maté a un escorpión de bronce durante la noche y acabo de oír a una serpiente burlona. Algo está distrayendo a Kafki. Los senderos secretos vuelven a ser peligrosos, eso podría ser algo a nuestro favor. Pero de cualquier manera me inquieta. Ten cuidado. Mira, hay algo que quiero mostrarte.
Y señaló una estrella que brillaba con inusual fuerza.
—Esa es mi estrella. Ella me guiará.
—Alpha Sygnis… —explicó Lenn. —¿Quieres saber qué significa?
—No hace falta. Ya sé lo que significa para mí y no necesito saber nada más.
Retomaron el paso tras desayunar las sobras de la noche anterior. Cuando los soles estaban en su cénit, estaban hambrientos de nuevo, pero decidieron no relajar el paso hasta a llegar al Árbol, pues comerían mejor ahí.
Sin embargo, los senderos circundantes al Árbol habían sido recorridos recientemente, de eso estaban seguros. Duncan creyó que eran secuaces de Angus y antes de acercarse más, advirtió al clan que podrían haberles tendido una trampa en su propio cuartel.
La idea le pareció desesperante a Lenn. Estaba tan cerca del Árbol y pensar que les pudieron arrebatar su guarida era terrible. Sus peores temores se hicieron realidad cuando al entrar al claro que circundaba al Árbol, Duncan levantó una mano y les ordenó parar.
—¿Quién anda ahí? —Gritó Duncan con la mirada en alto.
Una mujer de cabello oscuro asido en una trenza larga se asomó por el cuarto del vigilante. Lenn no la pudo ver claramente.
—¡Sal de ahí, ladrona! —Ordenó Duncan.
—Entreguen las armas y ríndanse.
—¡Salgan de nuestro Árbol o entraremos por ustedes! —Amenazó Duncan, abriendo el compás de sus piernas y llevándose las manos a una bolsa oculta donde guardaba unos cuchillos arrojadizos.
—Entonces ¿por qué su hogar se rebela ante ustedes?
Una de las ramas del Árbol se movió, como impulsada por una palanca oculta. Una sombra se columpió tan rápido como un parpadeo y dio un latigazo que Duncan logró esquivar, sin contar que vendría otro justo donde él aterrizó y tras la ligera embestida, le habían arrebatado las flechas del carcaj y los cuchillos arrojadizos. Lenn había alcanzado a distinguir la silueta que golpeó a Duncan, parecía ser un sibang.
Samas y Jarcor se lanzaron a ayudar a Duncan, pero él les ordenó que lo no dieran un paso más.
—Ladrona, el Árbol no se rebela —tomó una postura defensiva y acercó su mano a un cuchillo secreto. —Ustedes lo secuestraron y…
Antes de concluir su punto, otro sibang cayó de las alturas. Pero esta vez, Duncan le había tendido una trampa. Con un giro preciso de cadera, tomó al sibang entre sus manos y amenazó con quebrarle el cuello.
—¡Dispara! —Gritó la mujer desde el cuarto.
Lenn escuchó ese crujido seco y desgarrador. Desde lo más alto del Árbol y, oculta entre las murallas se asomaba una mujer con una ballesta entre las manos. Abajo, Duncan había caído al piso. Una saeta le atravesaba el cuello e inmensos borbotones de sangre oscura salían de su boca y de un boquete en su garganta. Ab Muhajadim corrió por él. Ofreciendo su espalda como un escudo. Por fortuna ninguna de las dos volvió a atacar. Lo cargó hasta quedar fuera del alcance. Ab soltó un grito de ira antes de volver a la batalla. Lenn abrió sus ojos y examinó las pupilas. No obtuvo respuesta. Buscó inútilmente su pulso. Le arrancó la camisa y comprobó su peor sospecha. La saeta había llegado hasta su corazón. Tenía que estar seguro y entró a masajearlo sin anestesia. La saeta había perforado los dos ventrículos y sintió cómo se deshacía el corazón de Duncan entre sus dedos. Maldijo a las ladronas, maldijo a la suerte y maldijo a su mala estrella.
Esta historia también está disponible en audiolibro en el siguiente link:
LAS REDES OSCURAS
- Capítulo 0: https://youtu.be/wU4t09EWVq8?si=ryJVWwhl0ZaHQ70T
- Capítulo 1: https://youtu.be/fhyesVFlLVI?si=lgDe1mQLNqMkzDmS
- Capítulo 2: https://youtu.be/blnwlIt4H-s?si=Zlu5CoE85LVS3SD0
- Capítulo 3: https://youtu.be/Mpyd94YoB-A?si=GIislHSlZryXVt_z
- Capítulo 4: https://youtu.be/8i3kF8A3tS8?si=B_u_zscVh3kdrA6_
- Capítulo 5: https://youtu.be/_mGz7fEVZSI?si=d5Wvp4v6BSUlRwfM
Su vejiga alcanzó el límite. Estallaría en cualquier momento si no hacía algo y no había ya ninguna posición que lo aliviara. El druida hubiera dado lo que fuera por permanecer en ese paraíso de plumas de ganso y sábanas de seda. Su día empezó mal. Levantó la bacinica de estaño y husmeó por la ventana antes de relajar su esfínter. Al menos podía volver a respirar con normalidad. Era la luz de medio día. La vista desde el Palacio Municipal ofrecía un espectáculo que él nunca había gozado, y eso que sólo estaba en el segundo piso, quedaban otros dos por encima de él. Además de ese, los otros edificios y casas eran de una enigmática madera negra que resistía la humedad imbatible del lugar.
El bullicio del pueblo lo arrulló con su polirítmica canción. Sentía cómo resbalaba el sudor desde su cuello y axilas hasta la espalda. Los vellos de sus antebrazos y de su pecho estaban empapados. No le importaba el calor con tal de enredarse una vez más entre las sábanas. Una espina de culpa se le clavó en el talón y antes de acostarse, miró el cuenco que yacía sobre el tocador de marfil. Ahí, esperaba el desdichado Puscifer. Llevaba casi un mes pendiendo de su cuello en esa bolsita de tierra, pasando aquellas inclemencias sobre La Porquería. ¿Disfrutará más el cuenco? Esperaba que sí. Revolvió cuidadosamente con su dedo hasta que apareció. Puscifer mordía el trocito de lechuga que le dejó la noche anterior. Anuman, antes de irse disfrazado de gaviota, le recriminó que estaba siendo un exagerado con los cuidados que tenía. «Tratas a ese gusano mejor de lo que nadie trató jamás a un gato. Y ni siquiera te consta que sea Puscifer». Pero él sabía que se trataba de su amigo. Se encargaría de regresarle su cuerpo a Puscifer a cualquier precio. Caminó a la cama pensando que era muy posible que en ese estado Puscifer no fuera capaz de asimilar conceptos como la intimidad o comodidad. Al recostarse creyó que estaba soñando. No se consideraba a sí mismo un remilgoso. Llevaba más de un mes sin acostarse en una cama. Y no tenía reparo en quedarse dormido en pantanos infestado de mosquitos, aunque no de buen humor. Pensaba que mientras tuviera su mochila de almohada suficiente era capaz de resistirlo casi todo, aunque lo que verdaderamente detestaba era la ondulación al dormir en un barco. Ahora tenía esta cama y un cuarto para él solo. Tenía que aprovecharlo.
Alguien golpeó a la puerta tres veces. Lenn no quiso abrir los ojos, ojalá los hubiera soñado. Volvieron a golpear. Luego dos veces más. «¿Quién es?» Gritó desganado. Nadie respondió. Volvieron a tocar. Salió de la cama enfurecido. Abrió la puerta envuelto en cobijas y no supo cómo saludar a Gardenerella, quien lo estudió de los pies a la cabeza con una mirada fría y cortante.
—Esto es increíble. Resulta que sí estabas dormido. Creí que te habían apresado a ti también… —negó con la cabeza— Tres horas. He vuelto cada veinte minutos desde hace tres horas. Me juré a mí misma que si no me abrías, iba a tirar la puerta. No puedo creer que seas tan holgazán. ¿De verdad duermes desnudo en una cama ajena? Eso es desagradable y peligroso.
Aunque estaba acorazado por sus sábanas, se sentía indefenso y confundido. Era muy temprano para lidiar con ella.
—Ahora sí estamos en un lío. ¡Y tan cerca del Árbol! — habló en voz baja. Luego se escabulló por un hueco en la puerta, cuidándose de no tocarlo ni pisar las sábanas del piso.
Gardenerella caminó de cara a la pared y aguardó en silencio. A Lenn le tomó un suspiro de resignación entender que lo estaba esperando. Permaneció callada el tiempo suficiente para que encontrara sus calzones y se los pusiera. Sabía que su pantalón estaba debajo de la cama, pero no tenía la menor idea del paradero de su camisa.
—Duncan y Argon salieron anoche del palacio. Ese pequeño acto de rebeldía le costó la libertad a tu amigo y no tengo la menor idea de cómo, alguien hirió a Duncan con una arma maldita. Supongo que ya sabías lo de Ab y los hermanos ¿no?
Lenn confesó que no. La druida se giró ofuscada, lo vio con el torso desnudo y ondeando la sábana. Se sintió avergonzado cuando se dio cuenta que la druida miraba de reojo el pelo de su pecho. La camisa voló por los aires. Gardenerella la atrapó sin dificultad y la devolvió. Lenn tuvo que preguntar mientras se la ponía:
—¿Hablas de una maldita daga o de una daga maldita?
—Las dos. Es un desastre. Todos ustedes son unos incompetentes. Cada día me arrepiento más de haber firmado aquel contrato. En fin, el tiempo no se puede volver atrás. La herida sangra al menor movimiento. Duncan está estable, si eso te preocupa. Argón logró escabullirlo a su cuarto sin que nadie lo sospechara, pero lo encontraron cuando se dirigía al suyo. Por eso está preso. Ab y los hermanos tuvieron su juicio en la noche y son considerados sujetos de alto riesgo. En cuanto a Duncan, fui a visitarlo e hice creer a los guardias que está enfermo por lo que cenó. Lo cierto es que está delirando. No podemos permitir que Angus lo vea y se pregunte quién osó clavarle una daga maldita a su prisionero.
Lenn tenía que lidiar con muchos tipos de heridas, pero los que más detestaba eran las causadas por armas malditas. El Rey Tibianus, al igual que las ciudades que se consideraran civilizadas, la tenían prohibida bajo pena de muerte. Pero era relativamente fácil para un jefe de cuadrilla de barrio cumplir con las seis o siete condiciones para maldecir una. Todo iniciaba con un regalo. Era el peor de todos, porque era a la par advertencia y una invitación. Se la dabas a tus enemigos antes de arruinar su vida. Entregarla era una invitación abierta, un permiso que entregabas al receptor. Una invitación a matarte. Sin embargo, era un arma de doble filo. Porque era una sentencia de muerte. Pues la última condición para maldecirla era recuperar la daga y asesinar a tu adversario. La daga permanecería así por siempre y su valor se multiplicaría en el mercado. Cualquier hechicero de poca monta era capaz de canalizar la energía para llevar el ritual. Lenn no recordaba los detalles concretamente pero sí la progresión y sus devastadoras consecuencias. Si eras herido con ella, todo lo que podría salir mal, saldría mal. Si algo se puede infectar, se infectará, si algo puede fallar, fallará. La persona sufre una terrible fortuna hasta que pasan veinticuatro horas. A partir de ahí, la herida se vuelve una herida común y corriente, eso sí, que deja tras de sí una cicatriz negra.
—Ayer antes de dormir hablé con Duncan y me dijo que Angus era un tipo aterrador, pero justo. Y me advirtió que harían los juicios pertinentes. Pues Ab era acusado de robar un barco y los hermanos eran sospechosamente parecidos a unos que aparecían en carteles de Carlin.
Lenn no lo sabía. Vio cuando se llevaron a los hermanos Rívench bajo sospechas, pero les prometieron las máximas comodidades.
—Serán celdas muy cómodas —apuntó Gardenerella—, pero te aseguro que no más que esta.
La druida miró el cuenco donde estaba Puscifer sin detenerse demasiado.
—Al parecer ni a ti ni a mí nos han arrestado porque no tienen antecedentes de nosotros. Y tan pronto encuentren algo sospechoso, sin duda nos llamarán a juicio también. Pero tenemos hasta medio día, porque a esa hora Angus se reunirá con nuestro elocuente y calculador líder.
—Pero creí que Angus era quien nos había contratado para ir a Banuta. ¿Por qué nos está haciendo esto?
—No nos envió a nosotros. Envió a Ib Ging y ahora él es un proscrito del Rey. Cuando le dijimos que nos habían capturado él creyó que habían atrapado a Ib. Angus no sabe qué hacer con nosotros. Cumplimos el contrato en Banuta, pero en tiempos de guerra, eso significa poco para Angus.
—Supongo que Duncan le habrá comentado que nosotros también estamos persiguiendo a Ib —recordó Lenn—. Eso es algo que podemos usar a nuestro favor. Una moneda de cambio.
—Exactamente. Si no delirara diciendo que su color favorito es la honestidad y que la mejor cualidad es ser un helado, sin duda usaría esa carta, pero resulta que no puede y ahí es donde entras tú —Gardenerella dibujó una negra sonrisa en su rostro—, sígueme.
Cruzaron el palacio y se mimetizaron con la multitud. Anduvieron con paso apresurado desde el patio central hasta el ala oeste, donde estaba la habitación de Duncan. Al llegar, lo primero que hizo Lenn fue inspeccionar la herida. No tenía tan mal aspecto y concluyó que él no lo pudo haber hecho mejor.
—No te traje aquí para eso. Te necesito para que me ayudes a encontrar la carta donde dice que nuestra misión es atrapar a Ib. Quizá así logremos convencerlo. Tienes que ser tú quien vaya con Angus a la defensa de los cargos. Le diremos que tú eres el vocero oficial de Duncan. Que él te envía como su emisario para dar el reporte del portal encontrado en Banuta. Después de todo tenemos información valiosa, que podemos usar a nuestro favor. Algo que le puede interesar al mismo Rey. Pero debes de ser cuidadoso, es nuestra última esperanza.
Lenn prometió que haría todo lo estuviera a su alcance. Ella le dijo que eso no sería suficiente. Que tenía que jurarle que sería excelente. Él lo juró, aunque no de buena gana.
—¿Qué clase de falta de respeto es esta? Acude a mí el perro del perro. Mejor explícame si esto tiene que ver con la fuga de la noche anterior.
Angus era aterrador, pero no parecía un sujeto fuerte. Si no fuera por los guardias y el consejo detrás de él, le hubiera gustado darle un puñetazo en la nariz.
—Lo que quiero decir —dijo, respirando amenazante— es que tengo un reporte de misión lleno de información valiosa y sensible.
—¿Qué de valioso y sensible puede tener un reporte de Banuta? Por el amor a los soles. Habla de una vez o te mandaré encerrar a ti también.
—Hay palabras que estoy a punto de pronunciar, que si los oídos equivocados escuchan, tendrán que pagar con sus vidas —giró la cabeza y miró al consejo que acompañaba al regidor. —Palabras mágicas, oraciones prohibidas. Puedo asegurarle su seguridad con mi vida —miró ahora a Angus—, pero no la de ellos. No diré más.
El consejo cuchicheó, en una evidente falta de respeto y muestra de cobardía. Angus se sintió ofuscado y su consejo lo interrumpió. Saldrían de la habitación si eso era menester para que el druida hablara.
Una vez que se retiraron, Angus no esperó un instante más y ordenó al druida hablar.
—Encontramos un portal —dijo de golpe.
Angus se puso colorado de la cara y golpeó su escritorio con una violencia insospechada.
—Mira qué fácil te resultó zafarte de tus problemas. Malditos sean todos ustedes y sus mentiras. Ayer Duncan me aseguró que Ib los había traicionado. Ahora vienes tú y me hablas de portales. ¡Ojalá los soles los quemen vivos! ¡Guardias, aprésenlo!
Su proceso penal duró menos que su charla con Angus. Lo acusaron de conspirador, traidor y lo dejaron en el primer nivel de la mazmorra. Extrañamente le alegró que su compañero de celda fuera Ab Muhajadim, quien, dicho sea de paso, se veía estupendamente.
—La comida del área de preguntas es maravillosa —le dijo—, hoy desayunamos pastel de mango y caldo de mojarra. Aprovéchalo. En el segundo sólo dan arroz sin sal y tengo entendido que, en el tercero, sal sin arroz. Aquí los jueces vienen cada ocho horas y hacen las mismas preguntas una y otra vez. Los hermanos Rívench y Argón están en el segundo, les darán tres años de cárcel. Yo estaba con ellos, pero mi caso es más complicado, por eso me subieron. El guardia de aquí afuera me dijo que escuchó que serán diez años. Pero a Gardenerella, por herir a diez soldados y matar a dos antes de arrestarla, le darían por lo menos veinte. Llegó maniatada y fue enviada directamente a las mazmorras más profundas.
—¿Por qué estás tan despreocupado? —Preguntó Lenn, tras varias horas de no atreverse.
—Porque aún no han traído a Duncan ni a Anuman. Creo que eso es lo más importante. Mientras alguno de nosotros esté afuera no me preocupa esperarlos de brazos cruzados.
Por la noche llegó un juez, justo como había dicho Ab Muhajadim, pero esta vez no venía a interrogarlo sino a darle sentencia. Lo condenó a treinta años y que el caballero aceptó buena gana y se fue directo a las mazmorras.
—Será turno de interrogar al traidor —dijo el inquisidor bien fuerte, asegurándose de que Ab Muhajadim escuchara antes de que lo llevaran a las mazmorras más profundas. Pero no lo interrogaron. El enviado de Angus esperó a que le llevaran la cena y se fue antes de que Lenn la tocara. Mientras mordía un pedazo de lechuga pensó en Puscifer. Miró al cielo a través de la reja de la celda, que más que una mirada al exterior era una entrada para los mosquitos y otros peligrosos animales. Miró la cama de cemento en el que dormiría esa noche, y evitó recordar el colchón de plumas de ganso.
Acostado y a través de la rendija, se alegró de poder ver su estrella favorita en el cielo, que lo acompañó hasta quedarse dormido. Le alegraba que Duncan no hubiera pasado ni al interrogatorio, todavía tenía esperanza. Quizá una inútil e infantil, pero no tenía otra opción. Soñó que era ejecutado en la plaza central, pero lo que más le preocupaba es que lo iban a colgar sin pantalones. Así que se alegró cuando una sacudida de Argón Rikan lo despertó. Era Argón Rikan.
—Nos vamos de aquí en cinco minutos.
—¿A las mazmorras más profundas?
—No —lo miró extrañado—, al Árbol.
Quiso interrogar más a Argon, pero éste le respondió que no sabía ni cómo ni cuándo y terminó recriminándole que era un tonto por querer saber detalles en vez de obedecer.
—Tengo que ir por Puscifer —pidió el druida.
—No hace falta. Sígueme —dijo al cruzar la salida de la cárcel. Afuera, un guardia los esperaba en la sombra de un naranjo y les ordenó que lo siguieran. Salieron por una puerta trasera del palacio y se adentraron en la oscura selva. Tropezaban constantemente, la luz roja que traía el guardia no era suficiente para que Lenn caminara seguro. Cuando llegaron a un claro iluminado por antorchas, Lenn vio a Duncan enfrascado en una tensa conversación con Angus.
—Hagan lo que tengan que hacer, pero quiero un informe detallado sobre lo que encontraron en Banuta. Pero les advierto, no los esperaré más de medio ciclo —dijo con severidad—. Si no vienen, iré a su choza y le personalmente le prenderé fuego. Qué bueno que llega tu amigo —señaló a Lenn con tono burlón. Quiero que él sea el responsable de traer y explicarme el informe sobre nuestro asunto... Y váyanse ahora —ordenó—, por lo pronto, haré creer a los porteños que siguen en las mazmorras, así que no los quiero haciendo mucho alboroto.
Angus y su selecta guardia regresaron al palacio antes de que los encontrara el sol del amanecer. Los compañeros se miraron los unos a los otros. Todos tenían una historia por contar y una infinidad de preguntas qué hacer, pero fue Gardenerella la que habló primero.
—¿Dónde carajo estuviste, Anuman?
El mago, quien tenía el mejor aspecto de todos, iba a responder, pero el líder lo interrumpió.
—Vieja —respondió Duncan. —Nada es más importante que llegar al Árbol. Síganme todos —y antes de avanzar, entregó a Lenn la bolsita donde cargaban al gusano.
Caminaron sin descanso durante el día, tomando los senderos más cortos. Duncan se mantenía al frente y en silencio. Por la tarde, encontraron un tigre que los miró amenazante desde la rama de un árbol. En cualquier otro momento, le hubieran dado la vuelta, pero esa vez Duncan lanzó una daga entre las cejas del felino, que cayó muerto. Esto molestó a Lenn porque, aunque el tigre parecía amenazante, era improbable que fuera a saltar sobre ellos. Lejos de recriminarle frente a todos, anunció que estaba extenuado y que necesitaba un momento para recuperar aliento si pretendían caminar toda la noche.
El líder aceptó, pero no de buena gana, sino inspirado más bien en las caras de cansancio que tenía el clan. La imagen no debió agradarle mucho y seguramente, para evitar dar explicaciones anunció que iría a vigilar el perímetro. Después de llevarse una fruta a la boca y darle un trago amplio a una cantimplora, el druida salió en busca de Duncan.
–¿Cómo va tu herida?
—Dejó una hermosa cicatriz junto a mi hígado.
—Nunca se borrará, igual que mi estrella —tuvo que aclarar Lenn y señaló al este —Hay tiempos buenos y hay tiempos malos. Por eso evito buscar certezas. Ayer dormí en una celda, antier en un colchón de plumas, un día antes de eso lo hice en una jaula en el mar... Nunca sé dónde pasaré la noche. Pero me reconforta que al llegar la noche saldrá mi estrella —la miró detenidamente, casi embobado. —Otra certeza que tengo, Dunk, es que tener una estrella me ayuda a seguir caminando. A veces ella no da sentido a mis pasos, pero me guía el corazón y con esto basta.
—Por la mañana los soles opacan el brillo de tu estrella —respondió Duncan, pesaroso.
—Esa es nuestra percepción. Lo cierto es que mi estrella no brilla menos, aunque los soles nos impidan verla. Por eso no me desanimo ni cuando está nublado.
Duncan no parecía muy satisfecho con las palabras de Lenn, de hecho, se veía un poco incómodo. Argón llegó informándoles que esa noche cenarían carne de tigre.
Acurrucados a la luz de la lumbre, platicaban unos con otros. Unos reían, otros discutían y como siempre que tenían tiempo, los hermanos jugaban cartas. Todos parecían disfrutar la cena, menos Duncan, quien no había rejalado la mandíbula desde la mañana.
El estofado era delicioso y tenía un olor tan exquisito que a Lenn no le pareció extraño que tuvieran visitas felinas. Se trataba de un hermoso minino de pelo blanco y ojos azules. Se asomó curioso entre los pies de Ab Muhajadim. Caminó entre ellos e hizo una finta de alejarse cuando conectó su vista con la de Gardenerella, pero Lenn alcanzó a acariciarlo y lo acomodó en su regazo. Dejó que el druida la acariciara por un instante, antes de saltar y robarle un trozo de carne a Samas y alejarse entre el bosque. El arquero lo siguió entre un matorral y encontró a un segundo gato, mucho más tímido.
—Parece que este es ciego —anunció Samas tras alzarlo cuidadosamente entre sus manos, pero el felino, lo rasguñó mientras maullaba asustado. Samas no lo soltó hasta que no lo tuvo junto a su tazón de estofado y le permitió que comiera de las sobras. El otro gatito regresó con Lenn en busca de caricias.
—Espero que no quieras llevarte esos gatos al Árbol —recriminó Gardenerella.
—Gatitas —corrigió Lenn—. Y dudo mucho que a unas gatas salvajes como estas les entusiasme la idea de vivir en cautiverio.
—Vivir en el Árbol no es cautiverio —aseguró Jarcor.
—Si lo es si lo comparas con la intemperie.
—Angus nos ofrece el Árbol —interrumpió Duncan. —El Rey quiere la cabeza de Ib. Está dispuesto a entregarnos el Árbol. Angus dice que, si nosotros le damos la información del portal, y ésta la resulta útil al Rey nos dará riquezas suficientes para llevar una vida de lujos. No es un engaño. Conoce la ubicación de nuestra guarida. Vi cómo la señalaba en un mapa.
—Ib nos aseguró que nadie conocía la ubicación del Árbol —recalcó Lenn.
—Estoy seguro de que eso era mentira.
Tras escuchar esto, una gata se alebrestó, como si la hubieran amenazado. Saltó y mordió a Duncan, Lenn la quiso sujetar del lomo y ella prefirió perderse en la selva. Su hermanita también huyó, aunque mucho más lento.
—¿Y qué es lo que vamos a hacer? ¿Vamos a entregar a Ib?
—Vamos a planear la venganza. Hay que tomar el Puerto de ser necesario.
Todos acordaron mantener un discreto silencio por el resto de la noche. Sortearon las guardias y en pocos minutos, sólo se escuchaban los ronquidos y la insoportable orquesta de insectos.
A Lenn le tocaba la quinta guardia, justo después de Duncan, quien tuvo la amabilidad de despertarlo cuidadosamente. Una vez despabilado, el líder le advirtió.
—Maté a un escorpión de bronce durante la noche y acabo de oír a una serpiente burlona. Algo está distrayendo a Kafki. Los senderos secretos vuelven a ser peligrosos, eso podría ser algo a nuestro favor. Pero de cualquier manera me inquieta. Ten cuidado. Mira, hay algo que quiero mostrarte.
Y señaló una estrella que brillaba con inusual fuerza.
—Esa es mi estrella. Ella me guiará.
—Alpha Sygnis… —explicó Lenn. —¿Quieres saber qué significa?
—No hace falta. Ya sé lo que significa para mí y no necesito saber nada más.
Retomaron el paso tras desayunar las sobras de la noche anterior. Cuando los soles estaban en su cénit, estaban hambrientos de nuevo, pero decidieron no relajar el paso hasta a llegar al Árbol, pues comerían mejor ahí.
Sin embargo, los senderos circundantes al Árbol habían sido recorridos recientemente, de eso estaban seguros. Duncan creyó que eran secuaces de Angus y antes de acercarse más, advirtió al clan que podrían haberles tendido una trampa en su propio cuartel.
La idea le pareció desesperante a Lenn. Estaba tan cerca del Árbol y pensar que les pudieron arrebatar su guarida era terrible. Sus peores temores se hicieron realidad cuando al entrar al claro que circundaba al Árbol, Duncan levantó una mano y les ordenó parar.
—¿Quién anda ahí? —Gritó Duncan con la mirada en alto.
Una mujer de cabello oscuro asido en una trenza larga se asomó por el cuarto del vigilante. Lenn no la pudo ver claramente.
—¡Sal de ahí, ladrona! —Ordenó Duncan.
—Entreguen las armas y ríndanse.
—¡Salgan de nuestro Árbol o entraremos por ustedes! —Amenazó Duncan, abriendo el compás de sus piernas y llevándose las manos a una bolsa oculta donde guardaba unos cuchillos arrojadizos.
—Entonces ¿por qué su hogar se rebela ante ustedes?
Una de las ramas del Árbol se movió, como impulsada por una palanca oculta. Una sombra se columpió tan rápido como un parpadeo y dio un latigazo que Duncan logró esquivar, sin contar que vendría otro justo donde él aterrizó y tras la ligera embestida, le habían arrebatado las flechas del carcaj y los cuchillos arrojadizos. Lenn había alcanzado a distinguir la silueta que golpeó a Duncan, parecía ser un sibang.
Samas y Jarcor se lanzaron a ayudar a Duncan, pero él les ordenó que lo no dieran un paso más.
—Ladrona, el Árbol no se rebela —tomó una postura defensiva y acercó su mano a un cuchillo secreto. —Ustedes lo secuestraron y…
Antes de concluir su punto, otro sibang cayó de las alturas. Pero esta vez, Duncan le había tendido una trampa. Con un giro preciso de cadera, tomó al sibang entre sus manos y amenazó con quebrarle el cuello.
—¡Dispara! —Gritó la mujer desde el cuarto.
Lenn escuchó ese crujido seco y desgarrador. Desde lo más alto del Árbol y, oculta entre las murallas se asomaba una mujer con una ballesta entre las manos. Abajo, Duncan había caído al piso. Una saeta le atravesaba el cuello e inmensos borbotones de sangre oscura salían de su boca y de un boquete en su garganta. Ab Muhajadim corrió por él. Ofreciendo su espalda como un escudo. Por fortuna ninguna de las dos volvió a atacar. Lo cargó hasta quedar fuera del alcance. Ab soltó un grito de ira antes de volver a la batalla. Lenn abrió sus ojos y examinó las pupilas. No obtuvo respuesta. Buscó inútilmente su pulso. Le arrancó la camisa y comprobó su peor sospecha. La saeta había llegado hasta su corazón. Tenía que estar seguro y entró a masajearlo sin anestesia. La saeta había perforado los dos ventrículos y sintió cómo se deshacía el corazón de Duncan entre sus dedos. Maldijo a las ladronas, maldijo a la suerte y maldijo a su mala estrella.
Esta historia también está disponible en audiolibro en el siguiente link:
LAS REDES OSCURAS
- Capítulo 0: https://youtu.be/wU4t09EWVq8?si=ryJVWwhl0ZaHQ70T
- Capítulo 1: https://youtu.be/fhyesVFlLVI?si=lgDe1mQLNqMkzDmS
- Capítulo 2: https://youtu.be/blnwlIt4H-s?si=Zlu5CoE85LVS3SD0
- Capítulo 3: https://youtu.be/Mpyd94YoB-A?si=GIislHSlZryXVt_z
- Capítulo 4: https://youtu.be/8i3kF8A3tS8?si=B_u_zscVh3kdrA6_
- Capítulo 5: https://youtu.be/_mGz7fEVZSI?si=d5Wvp4v6BSUlRwfM