Las Redes Oscuras (capítulo 1): La mentira
Cita de Arena en diciembre 26, 2023, 6:42 pmEra la segunda vez que vería al Rey a la cara. No había nada interesante en eso. Si por él fuera, estaría rumbo al Árbol, junto con la bruja y el muchacho. Pero en Venore, un representante del Servicio Postal le entregó un paquete que había enviado Ib. Contenía una carta y una piedra no más grande que un limón. «Necesito que me ayudes a reunir información. El Rey quiere verme para encomendarme una misión que es prácticamente un suicidio, y sospecho que su bufón tiene algo que ver en esto. Necesito que actives esta piedra y no pierdas de vista a Bozo». El paquete también contenía instrucciones sobre el uso de la piedra. Duncan odiaba este tipo de tareas: intrigas, mentiras, conspiraciones. Detestaba la política. Cuando envió su respuesta confirmatoria, propuso que, tras desocuparse, pasarían la tarde en la taberna de Frodo.
Subieron las escaleras que daban a la sala del trono. La habitación real era tan ominosa que resultaba vulgar. Cada pared estaba tapizada con representaciones heroicas de batallas antiguas. Seguramente exageraciones, pues los nobles sólo pelean en las pinturas.
Ib era un pie más bajo de él, iba por delante con paso ligero. Se había encontrado justo a las doce en la entrada del castillo. Detrás de Duncan, caminaban estruendosamente tres guardias que los habían acompañado desde que entregó sus flechas y su daga. Qué raro les debió parecer a los que custodios que entregara una aljaba sin arco. Al llegar a cierta distancia del Rey, los guardias se replegaron y chocaron sus lanzas contra el piso. Duncan miró con atención al cachorro que el Rey cargaba entre los rechonchos brazos.
Alto, rubio y gordo eran las únicas palabras que bastaban para describirlo. Pronto también podría usar el adjetivo calvo. Por las arrugas de su cara se podía saber que estos años de gobierno habían sido un azote para su salud. Su barbilla carnuda era sólo un preludio grotesco a su enorme papada. Ahora más que nunca, era radicalmente diferente a las representaciones suyas que hay por toda la ciudad. A su derecha estaba Bozo, el bufón que había mencionado Ib. Vestía un ridículo atuendo multicolor. Parecía una paleta en la cual dejaron caer siete colores aleatoriamente y batieron sin deshacer los grumos. Tenía el cabello rubio rizado como un nido de pájaros. Tenía teñidos algunos mechones de verde y su cabeza se contorneaba en un ir y venir de movimientos aleatorios que lo hacían parecer un idiota. Al advertirlos, el bufón lanzó una carcajada pícara y se tapó la nariz. El Rey miró a Ib y regresó el saludo inclinando su barbilla.
—Arrodíllense —ordenó uno de los guardias. Duncan lo hizo de mala gana—. Frente a ustedes, Su Majestad, el Rey Tibianus Tercero, soberano gobernante de Thais y sus diversas colonias alrededor de Tibia.
Vituperaron de mala gana, Bozo fue el único que no se inclinó.
—¡Mira cómo has crecido, hijo! —Evidentemente Ib no era hijo del Rey, o al menos eso creía Duncan. En estos años de ser amigos, había sido muy hermético con su vida. Por Ab Muhajadim sabía que la madre de Ib había muerto cuando era muy pequeño, pero nada más. —Pareces todo un hombre. ¿Ya cumpliste los veinte? Te haré llegar un obsequio maravilloso por los cumpleaños pasados —miró con severidad a un sujeto de elegantes ropajes, que estaba sentado en la esquina de la habitación con un libro entre las manos. Sin cruzar ninguna palabra, el sujeto asintió y se retiró de la habitación cuidándose de no darle la espalda al rey.
—No se preocupe por esas nimiedades. A decir verdad, no sé qué ni qué día nací—se irguió—. Según mis cálculos debo tener diecisiete años. De cualquier manera, agradezco el detalle. Sin embargo, no es por eso por lo que me ha llamado ¿cierto?
El Rey miraba a Ib con mucha atención, sin disimular una sonrisa orgullosa.
—Eres igual que Zedder, siempre van directo al grano. Por el amor a los dioses, disfruten un poco la vida.
Caminó hacia el joven hechicero y le palmeó la espalda con tono quizá demasiado jovial.
—Cuando tus cálculos digan que ya cumpliste los veinte, acude a mí. Sería un honor darte la unción — el Rey prestó mucha atención a la reacción de Ib, que tras una breve pausa suspiró.
—Su Majestad, la invitación me halaga, pero creo que en eso sí me parezco a mi maestro.
Arqueó las cejas evidentemente decepcionado y regresó al trono. Su perro lo siguió y encontró refugio entre sus pies.
—Es una pena para el Reino que hechiceros como ustedes se puedan perder de un momento a otro. ¿Qué mentiras leerán en los libros que les hace temer a la vida eterna?
Hubo silencio en la habitación.
—Alteza... —Ib miró a donde se encontraba su amigo. Le hizo una señal con la cabeza y éste se levantó—. Él es Duncan. Segundo al mando de Arakhné. Es mi mano derecha, y al igual que mi mano izquierda, está a sus órdenes.
Eso era algo nuevo para Duncan, además del puesto de líder, no recordaba otro cargo o distinción dentro del clan.
El Rey se llevó una mano a la barba blanca. Lo inspeccionó con cuidado.
—Lo recuerdo, es uno de los causantes del incendio. Dime ¿fuiste tú quien dio la primera chispa?
—Su Alteza —interrumpió Bozo, quien se acercó al Rey. —¿De verdad se acuerda de él? Yo no podría —Duncan sintió vibrar la piedra en su bolsillo contra el dorso de su mano. Eso significaba que lo que estaba diciendo el bufón era una mentira—, lo que sí recuerdo es la asquerosa visita a la celda ¡Cómo apestaban! No he conocido otro hedor igual —fingió vomitar y el Rey encontró gracioso las torpes mímicas del payaso.
—No, Su Majestad —respondió Duncan. El tiempo en la celda fue un desagradable pasaje en la vida de Duncan. Se esforzó en guardar silencio y prestar atención a su única tarea.
—Una completa lástima, me gustaría conocer al responsable. Tengo que agradecerle, ¿te importaría enviármelo, Ib?
—El responsable se encuentra en una misión que le tomará unos cuantos meses completar, pero tan pronto lo vea le comunicaré sus deseos.
La piedra volvió a vibrar.
—Eres muy amable, hijo. Pues ya que hace un momento insististe en darnos prisa, te lo diré: lo que necesito es un equipo de infiltración. Sólido, pero no muy ruidoso. Dime ¿a cuántos miembros asciende tu clan?
—Seguimos siendo nueve, Majestad. Ocho miembros y uno a prueba.
—¡Pero sin son muy pocos! Creí que para este momento serían más... Pensé que ibas a cambiar el rumbo de Zedder, pero son igual de tercos... —el Rey se rascó la barba, irritado. —Entonces no creo que sean los indicados para esta tarea...
Ib lo miró sin parpadear. Duncan ya estaba harto, era como ver a un niño mimado hacer rabietas.
—Le aseguro, su Majestad, que Arakhné tiene los miembros que necesita. No sé si seamos capaces de realizar la tarea para la que nos ha llamado, puesto que no la conozco. Pero soy consciente de las capacidades de la gente que me rodea. Conozco nuestros alcances, así como nuestros límites.
—No seas tan serio, Ib. Si te ofendí, créeme que no era mi intención. Es sólo que esta misión es un tanto distinta a las otras. Necesito oídos en Carlin. Pero si esa bruja se da cuenta armará un alboroto entre los elfos de Ab’dendriel y los enanos de Kazordoon, les dirá que no respeto los acuerdos de paz y ya están demasiado agitados —miró pensativo al piso, acrecentado su papada. —Mis estrategas me recomendaron enviar de quince a veinte, pero si ustedes pueden sería estupendo. ¿Tus nueve guerreros pueden cumplir esa función?
Ib sin inmutarse, respondió enseguida:
—Necesito objetivos concretos y protocolos claros —la piedra vibró una vez más—, así que me abstendré de darle una respuesta hasta que tenga la información. Hablemos de los detalles, si le parece, Majestad. Pero me gustaría hacerlo en privado —miró a Duncan y al bufón.
—Por supuesto —el Rey soltó una carcajada. Duncan, quien estaba atento a cada movimiento de su presa. Se percató de la sorpresa que esto le causó. Bozo conocía bien la cara de los que son incapaces de disimular la envidia. —Bozo, ¿por qué no llevas a este valiente guerrero a que se refresque? Ofrécele un poco de vino. Que se lleve un par de botellas de las que bebimos ayer.
—¿Seguro? ¡Pero, su Majestad! Sería mejor idea tirarlo al suelo que darle un sorbo a este animal.
La piedra no vibró. Duncan mantuvo la compostura. El Rey se echó a reír, pero se corrigió enseguida y le indicó violentamente a Bozo que salieran.
El bufón se acercó al arquero haciendo movimientos imprecisos y bobos. Le mostró el camino hacia fuera. Duncan guardó una prudente distancia antes de andar.
Cuando bajaron por las escaleras, miró el rostro del bufón que había perdido su sardónica risa.
—Discúlpame por lo de hace rato —su voz ahora era seria y gris—. Al Rey le fascinan mis bromas. Entre más alto sea el rango de la víctima más las disfruta. Aunque me reprende frente a ustedes, en secreto lo celebra. Le gusta dejar claro que todos pueden ser objeto de sus burlas. Llevo aquí varios años ya. Conseguí este trabajo por mera suerte. Conté un chiste negro en presencia de su Majestad y por suerte, se partió de risa. En cuanto lo vi a la cara supe exactamente quién era y lo que quería escuchar. Es un talento, quiero pensarlo así. Pero en verdad sólo es mi forma de ganarme el pan de cada día —el arquero sin arco le ofreció a manera de respuesta una mirada cargada de desprecio. —No, qué va. Para ti debe ser poca cosa. Tienes cara orgullosa, hasta diría que pareces de noble cuna. Conozco esa mirada que todo juzga desde arriba y nada la merece. No sé cuál sea tu opinión sobre ti mismo, pero a mí me causa gracia porque en esencia ya no sé si a los que son como tú se les pueda seguir llamando hombres.
Duncan no entendía por qué el bufón hablaba tanto. Pero notó que la piedra no había vibrado en ningún momento. Cuando entraron, cambió su postura y de inmediato buscó a una criada como un marinero busca una isla a través de un telescopio, cuando dio con ella se le acercó y de un tiró le rasgó la falda:
—Oye tú, sucia criada. Trae unas botellas de vino para este fino caballero y su asqueroso bufón —señaló a Duncan con el dedo—. Pero corre ¡si tardas demasiado te cortaré la cabeza con el hueso de un jamón!
La criada al ver su falda rota lo miró con coraje e impotencia, pero Duncan no percibió ni un atisbo de miedo.
Parecía que a nadie en el castillo le hacían gracia las payasadas de este sujeto, excepto, al Rey. Cuando la criada salió de la sala, la voz de Bozo volvió a cambiar a ese inexpresivo tono.
—Gran tipo ese Ib, pero no creo que les asignen la misión. Clúster es casi un ejército por sí mismo. Tiene ramas que están mucho más especializadas que ustedes para esta tarea, no me lo tomes a mal, pero es la verdad. Zapatero a sus zapatos. No te deprimas, ahora no me olvidaré de ustedes y cuando el Rey necesite alguien que pueda robar cerdos, atraer orcos para saquear o quemar graneros le recordaré sus valerosos servicios.
Duncan no respondió. Miró hacia la puerta en la que había salido la criada hacía unos instantes. Después de seguir caminando, se concentró en los ojos del bufón:
—Eres callado, ¿eh? No tienes por qué serlo. Soy de confianza, ¿no te parece? Ib y yo llevamos años tratándonos, casi somos amigos —Duncan sintió vibrar la piedra una vez más—. Nos conocimos desde que era pequeñito y venía a aconsejar al Rey sobre asuntos de seguridad. ¡Qué extraña imagen era! El Rey, un viejo gordo aconsejándose de un niño tuerto. ¡Una verdadera joya para los pintores! Lástima que ninguno es lo suficientemente valiente para retratar la realidad.
Duncan, que ya estaba harto, se levantó de un golpe y se fue al otro lado de la habitación. Bozo lo siguió con paso suave e insidioso. Estuvo a punto de tomarlo del cuello, pero entró la criada y la cara del bufón volvió a ser tan ridícula como cuando había alguien más presente. Se sirvieron dos copas de vino. Bozo se apresuró y tomó ambas. Le llevó una a Duncan, y éste se la arrebató de mala gana.
—¡Por el Rey! —propuso el bufón a manera de brindis—, que tenga una larga vida y que siga reinando con su tremenda sabiduría.
Otra vibrante mentira. El arquero bebió el vino sin disfrutarlo.
—Duncan..., qué nombre tan extraño, seguro tus papás lo habrán sacado de un libro. Vamos, habla ¡quiero saber de dónde eres! Apuesto una botella de este vino a que reconozco tu acento.
—No me interesa—dijo sin perder la calma.
El payazo esbozó una irritante sonrisa.
—Es imposible adivinar qué esconden las personas en sus bolsillos. He aprendido a desconfiar de todos, sobre todo de los costeños.
Duncan no supo qué responder. El payaso, por su sonrisa, supo que había dado en el clavo y no dijo nada más. Bebieron en silencio. Veinte minutos después un mensajero les indicó que Ib estaba esperando a Duncan en la entrada del castillo.
Ib Ging se estaba calando unos guantes negros de piel de topo cuando Duncan le preguntó:
—¿Tenemos el contrato?
—No —dijo tranquilo. —Esta no es una tarea para Arakhné.
—Qué gusto. No quisiera tener que volver a ver a esa gente.
—Te entiendo. Hacer negocios con el Rey puede llegar a ser desagradable, por eso suelo venir solo. Pero esta vez la paga era enorme, nos hubiera venido bien el dinero... el Rey se decidió ahí mismo por otro clan, van con...
—Clúster.
—Te lo dijo Bozo... Ya hablaremos de eso en el Árbol.
—Entre más rápido mejor, quiero olvidar pronto este mal sabor de boca. Pero me lo puedo quitar con vino del Rey. Aunque pensándolo bien, guardémoslo para compartirlo. Quiero regresarte esta piedra, cargarla es una molestia.
La molestia vibró entre sus puños.
—No la saques aquí. Dámela cuando estemos en un lugar seguro —miró a su alrededor disimuladamente.
—En varios momentos creí que perderías la cabeza.
—El Rey disfruta de las provocaciones. Supongo que he tenido suerte hasta el momento. Es el bufón el que me saca de quicio, pero ha sido la mascota del Rey desde siempre. Dicen que han visto desfilar por el palacio más de diez reinas, pero sólo dos bufones.
—¿Y cuántos perros?
—De esos, sólo uno.
Ambos siguieron caminando hacia la taberna de Frodo, donde la cerveza no era tan exquisita como el vino del Rey, pero para Duncan la compañía de los ladrones de la ciudad era preferible a la de sus dirigentes.
—¿Dijo que éramos amigos? —preguntó el hechicero, sentado en el segundo piso de la taberna. ¡Si apenas lo soporto! Nunca he podido confiar en él. ¿Quién en su sano juicio querría dedicarse a hacer reír a los demás a costa de sí mismo?
—Esas ratas harían todo con tal de sobrevivir —dijo Duncan, llevándose a la boca un panecillo caliente después de haberle untando mantequilla y pimienta.
—Curioso que uses esa palabra, Duncan. Tengo la impresión de que Bozo es más rata que bufón.
—Pues el Rey tiene a esa muy cerca de la cabeza.
Ib no respondió. Duncan bebió un trago espumoso y helado de cerveza, su boca se refrescó y las burbujas le escocieron la garganta.
—¡Salud! —dijo Duncan al terminar, con un bigote espumoso.
—Salud, amigo —Ib levantó su taza de leche con hielo.
—¿Y ahora?
—Ahora, esperamos. Dentro de quince días comenzará el otoño. Todos ya deben encontrarse rumbo al Árbol.
—Gardenerella y Járcor nos esperan en el Puerto. ¿Partimos mañana mismo?
Ib Ging se concentró en la taza helada y la bebió de un golpe. Apretó su cara en una mueca dolorosa y miró al techo mientras le lloraba el ojo izquierdo. Se quedó como en trance durante medio minuto, esperando que se le descongelara el cerebro.
—Tú puedes partir mañana mismo si así te place —dijo cuando se recuperó, con una lágrima gorda colgándole del ojo—. Yo podré ir a Puerto Esperanza hasta dentro de una semana. Sospecho que a estas alturas Constanza ya debe de tener un par de espías infiltrados aquí. Quiero encontrarlos antes que lo hagan los hombres del Rey.
—Me quedaré a ayudarte. Será más fácil —hizo una pausa—, y puedo aprovechar para encontrar a la niña que me robó el arco.
—Así que fue una ladrona. —Duncan afirmó de mala gana y le contó exactamente qué había pasado. —Encontrar a la ladrona será más fácil que hallar otro igual. Aprovecharé estos días para buscarlo, pero tú no puedes. Mañana al amanecer, él nos tiene que ver cuando subamos al barco rumbo a Puerto Esperanza —señaló disimuladamente a un sujeto solitario sentado en la barra que no paraba de fumar. —Parece que está muy interesado en nuestra conversación desde hace un rato. Nos vio cuando llegamos aquí y sospecho que nos siguió desde el castillo del Rey.
Siguieron conversando, pero ahora cuidando cada palabra que salía de sus bocas. Bebieron un poco más, hasta que el viento cada vez más frío que entraba por la ventana les heló la piel y supieron que era momento de ir a dormir. Se dirigieron al hostal. Ib le había indicado el número del cuarto donde dormirían. Pasaron por calles oscuras, una de ellas tenía un olor a cebolla, eso trajo un recuerdo a la nariz de Duncan.
—Lorelí, la chica que me robó el arco se llama Lorelí.
—Una ladrona con bonito nombre... La buscaré, te lo prometo. Permíteme —Ib miró a su alrededor, nadie lo estaba viendo. —Duncan. La reunión será en catorce días— dijo y entró hacia un edificio en ruinas. El ruido del chorro contra el muro delató su ubicación exacta. Cuando terminó, quien se aproximó a Duncan tenía el mismo atuendo que Ib, la misma estatura y hasta el mismo color de piel, pero no era Ib.
—Vayamos a dormir —indicó el sujeto, dando muestra de una muy buena imitación de voz.
Duncan asintió, pero no quiso hablar con el impostor más de lo estrictamente necesario. Ni durante la noche ni durante los dos días en barco hacia Puerto Esperanza. Pasó el tiempo recargado en la borda observando el mar. Estaba harto de las mentiras, de las conspiraciones y las traiciones.
—Al menos me dirijo a casa —se dijo a sí mismo y entre sus manos, la piedra hizo lo suyo.
Era la segunda vez que vería al Rey a la cara. No había nada interesante en eso. Si por él fuera, estaría rumbo al Árbol, junto con la bruja y el muchacho. Pero en Venore, un representante del Servicio Postal le entregó un paquete que había enviado Ib. Contenía una carta y una piedra no más grande que un limón. «Necesito que me ayudes a reunir información. El Rey quiere verme para encomendarme una misión que es prácticamente un suicidio, y sospecho que su bufón tiene algo que ver en esto. Necesito que actives esta piedra y no pierdas de vista a Bozo». El paquete también contenía instrucciones sobre el uso de la piedra. Duncan odiaba este tipo de tareas: intrigas, mentiras, conspiraciones. Detestaba la política. Cuando envió su respuesta confirmatoria, propuso que, tras desocuparse, pasarían la tarde en la taberna de Frodo.
Subieron las escaleras que daban a la sala del trono. La habitación real era tan ominosa que resultaba vulgar. Cada pared estaba tapizada con representaciones heroicas de batallas antiguas. Seguramente exageraciones, pues los nobles sólo pelean en las pinturas.
Ib era un pie más bajo de él, iba por delante con paso ligero. Se había encontrado justo a las doce en la entrada del castillo. Detrás de Duncan, caminaban estruendosamente tres guardias que los habían acompañado desde que entregó sus flechas y su daga. Qué raro les debió parecer a los que custodios que entregara una aljaba sin arco. Al llegar a cierta distancia del Rey, los guardias se replegaron y chocaron sus lanzas contra el piso. Duncan miró con atención al cachorro que el Rey cargaba entre los rechonchos brazos.
Alto, rubio y gordo eran las únicas palabras que bastaban para describirlo. Pronto también podría usar el adjetivo calvo. Por las arrugas de su cara se podía saber que estos años de gobierno habían sido un azote para su salud. Su barbilla carnuda era sólo un preludio grotesco a su enorme papada. Ahora más que nunca, era radicalmente diferente a las representaciones suyas que hay por toda la ciudad. A su derecha estaba Bozo, el bufón que había mencionado Ib. Vestía un ridículo atuendo multicolor. Parecía una paleta en la cual dejaron caer siete colores aleatoriamente y batieron sin deshacer los grumos. Tenía el cabello rubio rizado como un nido de pájaros. Tenía teñidos algunos mechones de verde y su cabeza se contorneaba en un ir y venir de movimientos aleatorios que lo hacían parecer un idiota. Al advertirlos, el bufón lanzó una carcajada pícara y se tapó la nariz. El Rey miró a Ib y regresó el saludo inclinando su barbilla.
—Arrodíllense —ordenó uno de los guardias. Duncan lo hizo de mala gana—. Frente a ustedes, Su Majestad, el Rey Tibianus Tercero, soberano gobernante de Thais y sus diversas colonias alrededor de Tibia.
Vituperaron de mala gana, Bozo fue el único que no se inclinó.
—¡Mira cómo has crecido, hijo! —Evidentemente Ib no era hijo del Rey, o al menos eso creía Duncan. En estos años de ser amigos, había sido muy hermético con su vida. Por Ab Muhajadim sabía que la madre de Ib había muerto cuando era muy pequeño, pero nada más. —Pareces todo un hombre. ¿Ya cumpliste los veinte? Te haré llegar un obsequio maravilloso por los cumpleaños pasados —miró con severidad a un sujeto de elegantes ropajes, que estaba sentado en la esquina de la habitación con un libro entre las manos. Sin cruzar ninguna palabra, el sujeto asintió y se retiró de la habitación cuidándose de no darle la espalda al rey.
—No se preocupe por esas nimiedades. A decir verdad, no sé qué ni qué día nací—se irguió—. Según mis cálculos debo tener diecisiete años. De cualquier manera, agradezco el detalle. Sin embargo, no es por eso por lo que me ha llamado ¿cierto?
El Rey miraba a Ib con mucha atención, sin disimular una sonrisa orgullosa.
—Eres igual que Zedder, siempre van directo al grano. Por el amor a los dioses, disfruten un poco la vida.
Caminó hacia el joven hechicero y le palmeó la espalda con tono quizá demasiado jovial.
—Cuando tus cálculos digan que ya cumpliste los veinte, acude a mí. Sería un honor darte la unción — el Rey prestó mucha atención a la reacción de Ib, que tras una breve pausa suspiró.
—Su Majestad, la invitación me halaga, pero creo que en eso sí me parezco a mi maestro.
Arqueó las cejas evidentemente decepcionado y regresó al trono. Su perro lo siguió y encontró refugio entre sus pies.
—Es una pena para el Reino que hechiceros como ustedes se puedan perder de un momento a otro. ¿Qué mentiras leerán en los libros que les hace temer a la vida eterna?
Hubo silencio en la habitación.
—Alteza... —Ib miró a donde se encontraba su amigo. Le hizo una señal con la cabeza y éste se levantó—. Él es Duncan. Segundo al mando de Arakhné. Es mi mano derecha, y al igual que mi mano izquierda, está a sus órdenes.
Eso era algo nuevo para Duncan, además del puesto de líder, no recordaba otro cargo o distinción dentro del clan.
El Rey se llevó una mano a la barba blanca. Lo inspeccionó con cuidado.
—Lo recuerdo, es uno de los causantes del incendio. Dime ¿fuiste tú quien dio la primera chispa?
—Su Alteza —interrumpió Bozo, quien se acercó al Rey. —¿De verdad se acuerda de él? Yo no podría —Duncan sintió vibrar la piedra en su bolsillo contra el dorso de su mano. Eso significaba que lo que estaba diciendo el bufón era una mentira—, lo que sí recuerdo es la asquerosa visita a la celda ¡Cómo apestaban! No he conocido otro hedor igual —fingió vomitar y el Rey encontró gracioso las torpes mímicas del payaso.
—No, Su Majestad —respondió Duncan. El tiempo en la celda fue un desagradable pasaje en la vida de Duncan. Se esforzó en guardar silencio y prestar atención a su única tarea.
—Una completa lástima, me gustaría conocer al responsable. Tengo que agradecerle, ¿te importaría enviármelo, Ib?
—El responsable se encuentra en una misión que le tomará unos cuantos meses completar, pero tan pronto lo vea le comunicaré sus deseos.
La piedra volvió a vibrar.
—Eres muy amable, hijo. Pues ya que hace un momento insististe en darnos prisa, te lo diré: lo que necesito es un equipo de infiltración. Sólido, pero no muy ruidoso. Dime ¿a cuántos miembros asciende tu clan?
—Seguimos siendo nueve, Majestad. Ocho miembros y uno a prueba.
—¡Pero sin son muy pocos! Creí que para este momento serían más... Pensé que ibas a cambiar el rumbo de Zedder, pero son igual de tercos... —el Rey se rascó la barba, irritado. —Entonces no creo que sean los indicados para esta tarea...
Ib lo miró sin parpadear. Duncan ya estaba harto, era como ver a un niño mimado hacer rabietas.
—Le aseguro, su Majestad, que Arakhné tiene los miembros que necesita. No sé si seamos capaces de realizar la tarea para la que nos ha llamado, puesto que no la conozco. Pero soy consciente de las capacidades de la gente que me rodea. Conozco nuestros alcances, así como nuestros límites.
—No seas tan serio, Ib. Si te ofendí, créeme que no era mi intención. Es sólo que esta misión es un tanto distinta a las otras. Necesito oídos en Carlin. Pero si esa bruja se da cuenta armará un alboroto entre los elfos de Ab’dendriel y los enanos de Kazordoon, les dirá que no respeto los acuerdos de paz y ya están demasiado agitados —miró pensativo al piso, acrecentado su papada. —Mis estrategas me recomendaron enviar de quince a veinte, pero si ustedes pueden sería estupendo. ¿Tus nueve guerreros pueden cumplir esa función?
Ib sin inmutarse, respondió enseguida:
—Necesito objetivos concretos y protocolos claros —la piedra vibró una vez más—, así que me abstendré de darle una respuesta hasta que tenga la información. Hablemos de los detalles, si le parece, Majestad. Pero me gustaría hacerlo en privado —miró a Duncan y al bufón.
—Por supuesto —el Rey soltó una carcajada. Duncan, quien estaba atento a cada movimiento de su presa. Se percató de la sorpresa que esto le causó. Bozo conocía bien la cara de los que son incapaces de disimular la envidia. —Bozo, ¿por qué no llevas a este valiente guerrero a que se refresque? Ofrécele un poco de vino. Que se lleve un par de botellas de las que bebimos ayer.
—¿Seguro? ¡Pero, su Majestad! Sería mejor idea tirarlo al suelo que darle un sorbo a este animal.
La piedra no vibró. Duncan mantuvo la compostura. El Rey se echó a reír, pero se corrigió enseguida y le indicó violentamente a Bozo que salieran.
El bufón se acercó al arquero haciendo movimientos imprecisos y bobos. Le mostró el camino hacia fuera. Duncan guardó una prudente distancia antes de andar.
Cuando bajaron por las escaleras, miró el rostro del bufón que había perdido su sardónica risa.
—Discúlpame por lo de hace rato —su voz ahora era seria y gris—. Al Rey le fascinan mis bromas. Entre más alto sea el rango de la víctima más las disfruta. Aunque me reprende frente a ustedes, en secreto lo celebra. Le gusta dejar claro que todos pueden ser objeto de sus burlas. Llevo aquí varios años ya. Conseguí este trabajo por mera suerte. Conté un chiste negro en presencia de su Majestad y por suerte, se partió de risa. En cuanto lo vi a la cara supe exactamente quién era y lo que quería escuchar. Es un talento, quiero pensarlo así. Pero en verdad sólo es mi forma de ganarme el pan de cada día —el arquero sin arco le ofreció a manera de respuesta una mirada cargada de desprecio. —No, qué va. Para ti debe ser poca cosa. Tienes cara orgullosa, hasta diría que pareces de noble cuna. Conozco esa mirada que todo juzga desde arriba y nada la merece. No sé cuál sea tu opinión sobre ti mismo, pero a mí me causa gracia porque en esencia ya no sé si a los que son como tú se les pueda seguir llamando hombres.
Duncan no entendía por qué el bufón hablaba tanto. Pero notó que la piedra no había vibrado en ningún momento. Cuando entraron, cambió su postura y de inmediato buscó a una criada como un marinero busca una isla a través de un telescopio, cuando dio con ella se le acercó y de un tiró le rasgó la falda:
—Oye tú, sucia criada. Trae unas botellas de vino para este fino caballero y su asqueroso bufón —señaló a Duncan con el dedo—. Pero corre ¡si tardas demasiado te cortaré la cabeza con el hueso de un jamón!
La criada al ver su falda rota lo miró con coraje e impotencia, pero Duncan no percibió ni un atisbo de miedo.
Parecía que a nadie en el castillo le hacían gracia las payasadas de este sujeto, excepto, al Rey. Cuando la criada salió de la sala, la voz de Bozo volvió a cambiar a ese inexpresivo tono.
—Gran tipo ese Ib, pero no creo que les asignen la misión. Clúster es casi un ejército por sí mismo. Tiene ramas que están mucho más especializadas que ustedes para esta tarea, no me lo tomes a mal, pero es la verdad. Zapatero a sus zapatos. No te deprimas, ahora no me olvidaré de ustedes y cuando el Rey necesite alguien que pueda robar cerdos, atraer orcos para saquear o quemar graneros le recordaré sus valerosos servicios.
Duncan no respondió. Miró hacia la puerta en la que había salido la criada hacía unos instantes. Después de seguir caminando, se concentró en los ojos del bufón:
—Eres callado, ¿eh? No tienes por qué serlo. Soy de confianza, ¿no te parece? Ib y yo llevamos años tratándonos, casi somos amigos —Duncan sintió vibrar la piedra una vez más—. Nos conocimos desde que era pequeñito y venía a aconsejar al Rey sobre asuntos de seguridad. ¡Qué extraña imagen era! El Rey, un viejo gordo aconsejándose de un niño tuerto. ¡Una verdadera joya para los pintores! Lástima que ninguno es lo suficientemente valiente para retratar la realidad.
Duncan, que ya estaba harto, se levantó de un golpe y se fue al otro lado de la habitación. Bozo lo siguió con paso suave e insidioso. Estuvo a punto de tomarlo del cuello, pero entró la criada y la cara del bufón volvió a ser tan ridícula como cuando había alguien más presente. Se sirvieron dos copas de vino. Bozo se apresuró y tomó ambas. Le llevó una a Duncan, y éste se la arrebató de mala gana.
—¡Por el Rey! —propuso el bufón a manera de brindis—, que tenga una larga vida y que siga reinando con su tremenda sabiduría.
Otra vibrante mentira. El arquero bebió el vino sin disfrutarlo.
—Duncan..., qué nombre tan extraño, seguro tus papás lo habrán sacado de un libro. Vamos, habla ¡quiero saber de dónde eres! Apuesto una botella de este vino a que reconozco tu acento.
—No me interesa—dijo sin perder la calma.
El payazo esbozó una irritante sonrisa.
—Es imposible adivinar qué esconden las personas en sus bolsillos. He aprendido a desconfiar de todos, sobre todo de los costeños.
Duncan no supo qué responder. El payaso, por su sonrisa, supo que había dado en el clavo y no dijo nada más. Bebieron en silencio. Veinte minutos después un mensajero les indicó que Ib estaba esperando a Duncan en la entrada del castillo.
Ib Ging se estaba calando unos guantes negros de piel de topo cuando Duncan le preguntó:
—¿Tenemos el contrato?
—No —dijo tranquilo. —Esta no es una tarea para Arakhné.
—Qué gusto. No quisiera tener que volver a ver a esa gente.
—Te entiendo. Hacer negocios con el Rey puede llegar a ser desagradable, por eso suelo venir solo. Pero esta vez la paga era enorme, nos hubiera venido bien el dinero... el Rey se decidió ahí mismo por otro clan, van con...
—Clúster.
—Te lo dijo Bozo... Ya hablaremos de eso en el Árbol.
—Entre más rápido mejor, quiero olvidar pronto este mal sabor de boca. Pero me lo puedo quitar con vino del Rey. Aunque pensándolo bien, guardémoslo para compartirlo. Quiero regresarte esta piedra, cargarla es una molestia.
La molestia vibró entre sus puños.
—No la saques aquí. Dámela cuando estemos en un lugar seguro —miró a su alrededor disimuladamente.
—En varios momentos creí que perderías la cabeza.
—El Rey disfruta de las provocaciones. Supongo que he tenido suerte hasta el momento. Es el bufón el que me saca de quicio, pero ha sido la mascota del Rey desde siempre. Dicen que han visto desfilar por el palacio más de diez reinas, pero sólo dos bufones.
—¿Y cuántos perros?
—De esos, sólo uno.
Ambos siguieron caminando hacia la taberna de Frodo, donde la cerveza no era tan exquisita como el vino del Rey, pero para Duncan la compañía de los ladrones de la ciudad era preferible a la de sus dirigentes.
—¿Dijo que éramos amigos? —preguntó el hechicero, sentado en el segundo piso de la taberna. ¡Si apenas lo soporto! Nunca he podido confiar en él. ¿Quién en su sano juicio querría dedicarse a hacer reír a los demás a costa de sí mismo?
—Esas ratas harían todo con tal de sobrevivir —dijo Duncan, llevándose a la boca un panecillo caliente después de haberle untando mantequilla y pimienta.
—Curioso que uses esa palabra, Duncan. Tengo la impresión de que Bozo es más rata que bufón.
—Pues el Rey tiene a esa muy cerca de la cabeza.
Ib no respondió. Duncan bebió un trago espumoso y helado de cerveza, su boca se refrescó y las burbujas le escocieron la garganta.
—¡Salud! —dijo Duncan al terminar, con un bigote espumoso.
—Salud, amigo —Ib levantó su taza de leche con hielo.
—¿Y ahora?
—Ahora, esperamos. Dentro de quince días comenzará el otoño. Todos ya deben encontrarse rumbo al Árbol.
—Gardenerella y Járcor nos esperan en el Puerto. ¿Partimos mañana mismo?
Ib Ging se concentró en la taza helada y la bebió de un golpe. Apretó su cara en una mueca dolorosa y miró al techo mientras le lloraba el ojo izquierdo. Se quedó como en trance durante medio minuto, esperando que se le descongelara el cerebro.
—Tú puedes partir mañana mismo si así te place —dijo cuando se recuperó, con una lágrima gorda colgándole del ojo—. Yo podré ir a Puerto Esperanza hasta dentro de una semana. Sospecho que a estas alturas Constanza ya debe de tener un par de espías infiltrados aquí. Quiero encontrarlos antes que lo hagan los hombres del Rey.
—Me quedaré a ayudarte. Será más fácil —hizo una pausa—, y puedo aprovechar para encontrar a la niña que me robó el arco.
—Así que fue una ladrona. —Duncan afirmó de mala gana y le contó exactamente qué había pasado. —Encontrar a la ladrona será más fácil que hallar otro igual. Aprovecharé estos días para buscarlo, pero tú no puedes. Mañana al amanecer, él nos tiene que ver cuando subamos al barco rumbo a Puerto Esperanza —señaló disimuladamente a un sujeto solitario sentado en la barra que no paraba de fumar. —Parece que está muy interesado en nuestra conversación desde hace un rato. Nos vio cuando llegamos aquí y sospecho que nos siguió desde el castillo del Rey.
Siguieron conversando, pero ahora cuidando cada palabra que salía de sus bocas. Bebieron un poco más, hasta que el viento cada vez más frío que entraba por la ventana les heló la piel y supieron que era momento de ir a dormir. Se dirigieron al hostal. Ib le había indicado el número del cuarto donde dormirían. Pasaron por calles oscuras, una de ellas tenía un olor a cebolla, eso trajo un recuerdo a la nariz de Duncan.
—Lorelí, la chica que me robó el arco se llama Lorelí.
—Una ladrona con bonito nombre... La buscaré, te lo prometo. Permíteme —Ib miró a su alrededor, nadie lo estaba viendo. —Duncan. La reunión será en catorce días— dijo y entró hacia un edificio en ruinas. El ruido del chorro contra el muro delató su ubicación exacta. Cuando terminó, quien se aproximó a Duncan tenía el mismo atuendo que Ib, la misma estatura y hasta el mismo color de piel, pero no era Ib.
—Vayamos a dormir —indicó el sujeto, dando muestra de una muy buena imitación de voz.
Duncan asintió, pero no quiso hablar con el impostor más de lo estrictamente necesario. Ni durante la noche ni durante los dos días en barco hacia Puerto Esperanza. Pasó el tiempo recargado en la borda observando el mar. Estaba harto de las mentiras, de las conspiraciones y las traiciones.
—Al menos me dirijo a casa —se dijo a sí mismo y entre sus manos, la piedra hizo lo suyo.